Unos seis millones de resultados en la búsqueda app+potholes, unos dos millones para app+baches. Enseguida detectamos una larga lista de ciudades que han creado o tienen disponible su aplicación móvil para identificar baches. Boston, Montreal, Brisbane, Bruselas, Tucson, Toronto, Chicago, Mumbai...por un lado, Ciudad de México, Guadalajara, Montevideo, Santa Fe, Almería,...por otro. Si un extraterrestre llegara a la Tierra, pensaría que somos una sociedad obsesionada por encontrar baches en la carretera.
Aplicaciones dedicadas exclusivamente a reportar el mal estado de la calzada, o bien usos específicos dentro de aplicaciones de objetivos más amplios, hace tiempo que empezaron a extenderse como el no va más de la aportación ciudadana al cuidado de las ciudades. Diseñadas por organizaciones sociales o por emprendedores, financiadas por fondos de inversión con carácter cívico, o incluso pagadas con dinero público por iniciativa de ayuntamientos que querían tener su propia aplicación (!), creadas para su uso exclusivo en una ciudad o de manera genérica, han sido uno de los ejemplos típicos de eso que se llamó el uso cívico de las aplicaciones móviles.
Su extensión (que no su éxito) se debe seguramente a que fue uno de los primeros usos "públicos" que se le encontró a las apps cívicas. Cuando empezó a hablarse sobre el tema, a extenderse el interés por encontrar formas de que a través de las tecnologías móviles los individuos pudieran implicarse en los asuntos colectivos, dos fueron las ejemplos que más se extendieron en los medios de comunicación, en congresos, en artículos y presentaciones: encontrar baches en la ciudad y adoptar un hidrante. ¿A que te suena? El segundo de ellos tiene claramente el mercado más limitado (al fin y al cabo la nieve está repartida de manera muy desigual en el mundo) y nunca he estado seguro de que fuera un buen ejemplo. Pero, ¿quién no quiere tener sus vías urbanas perfectas y sin tener que recibir quejas de los vecinos por su estado? Ambos casos circularon incansablemente durante un tiempo (se consolidaban por esos días casos como los de Fix My Street) como el colmo de las posibilidades de cooperación de las instituciones locales con sus ciudadanos (¿o era al revés?) para aprovechar su capacidad de encontrar soluciones sencillas a la operativa de los servicios públicos y de utilizar sus móviles como generadores de información útil.
Esto, unido a la fácil replicabilidad de la solución (basada en los sensores del móvil, acelerómetro y GPS), hizo que de la primera aplicación (que yo sepa), Street Bump, creada en el marco de la oficina de New Urban Mechanics del ayuntamiento de Boston, se pasara a una multiplicación de aplicaciones como la que hoy existe (repasando sólo en Google Play podemos encontrar Spothole, Fill That Hole, Street Bump, Pothole Marker, Pothole Finder, Bump Tracer, etc).
No es síntoma de nada, creo, pero siempre me ha resultado curiosa esta obsesión. Muy norteamericana, por otro lado, y desde allí se ha infiltrado en otros sitios donde, sospecho, no es esa la batalla. Pero puede ser que sea realmente un problema de orden público suficientemente grave como para haber necesitado la inversión de tanto esfuerzo a decir a la gente que tenía que avisar de estas cosas. O será que mejor que avisemos de estas cosas antes que estar pendiente de otras. O será que era sumamente fácil tener tu propia aplicación en la ciudad para parecer el colmo de la modernez. También me pregunto cuál ha sido el uso que han tenido, que intuyo escaso. Sin embargo, es evidente que durante años ha sido tentador recurrir a este tipo de soluciones como práctica del ciudadano-sensor (expresión que me parece perversa, por otro lado) y pienso si realmente da para tanto y con cuántas cosas nos distraemos de lo relevante.
Aplicaciones dedicadas exclusivamente a reportar el mal estado de la calzada, o bien usos específicos dentro de aplicaciones de objetivos más amplios, hace tiempo que empezaron a extenderse como el no va más de la aportación ciudadana al cuidado de las ciudades. Diseñadas por organizaciones sociales o por emprendedores, financiadas por fondos de inversión con carácter cívico, o incluso pagadas con dinero público por iniciativa de ayuntamientos que querían tener su propia aplicación (!), creadas para su uso exclusivo en una ciudad o de manera genérica, han sido uno de los ejemplos típicos de eso que se llamó el uso cívico de las aplicaciones móviles.
Alert us of potholes | City of Vancouver |
Esto, unido a la fácil replicabilidad de la solución (basada en los sensores del móvil, acelerómetro y GPS), hizo que de la primera aplicación (que yo sepa), Street Bump, creada en el marco de la oficina de New Urban Mechanics del ayuntamiento de Boston, se pasara a una multiplicación de aplicaciones como la que hoy existe (repasando sólo en Google Play podemos encontrar Spothole, Fill That Hole, Street Bump, Pothole Marker, Pothole Finder, Bump Tracer, etc).
No es síntoma de nada, creo, pero siempre me ha resultado curiosa esta obsesión. Muy norteamericana, por otro lado, y desde allí se ha infiltrado en otros sitios donde, sospecho, no es esa la batalla. Pero puede ser que sea realmente un problema de orden público suficientemente grave como para haber necesitado la inversión de tanto esfuerzo a decir a la gente que tenía que avisar de estas cosas. O será que mejor que avisemos de estas cosas antes que estar pendiente de otras. O será que era sumamente fácil tener tu propia aplicación en la ciudad para parecer el colmo de la modernez. También me pregunto cuál ha sido el uso que han tenido, que intuyo escaso. Sin embargo, es evidente que durante años ha sido tentador recurrir a este tipo de soluciones como práctica del ciudadano-sensor (expresión que me parece perversa, por otro lado) y pienso si realmente da para tanto y con cuántas cosas nos distraemos de lo relevante.
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