miércoles, 22 de noviembre de 2017

La smart city, ¿algo más que una moda?

La ciudad contemporánea ha sufrido importantes transformaciones y seguirá sufriéndolas en las próximas décadas para continuar siendo el escenario del desarrollo colectivo. La emergencia de nuevas aplicaciones tecnológicas está modificando (y lo hará de forma que apenas hoy podemos intuir) muchos de los servicios urbanos clásicos y la forma en la que las instituciones públicas locales proveen esos servicios. Cualquier elemento consustancial a la gestión y a la vida urbanas está mediatizado hoy por el surgimiento de soluciones y aplicaciones tecnológicas de diferente signo que cambian completamente no sólo los servicios en sí, sino también la propia morfología urbana, la experiencia de la vida en la ciudad e incluso las oportunidades para nuevas formas de desarrollo local.

La smart city está teniendo ya hoy capacidad de influir en la agenda urbana a través de estrategias, proyectos de implantación, inversiones y priorización de gasto público. Ciudades globales como San Francisco, Barcelona, Nueva York, Amsterdam, Montreal, Dublín, Londres o Singapur han aprobado en los dos últimos años documentos con diferentes títulos y ambición que buscan establecer una estrategia integral para la adopción de tecnologías inteligentes. Otras ciudades de menor tamaño y con menos focos a su alrededor también intentan encontrar su hueco proyectando o implantando proyectos tecnológicos para asociarse a la idea de la ciudad inteligente.

Este  término ha alcanzado desde 2011 un profundo interés  en comparación con otros términos que en la última década han sido grandes referencias en la cultura general sobre modelos urbanos como la ciudad sostenible y la ciudad creativa. Quien más quien menos, en los tres o cuatro últimos años cualquier ciudadano/a ha podido encontrarse con titulares grandilocuentes sobre cómo su ciudad será la primera ciudad inteligente en España o será la primera en tener un cerebro inteligente a través de una nueva plataforma de datos, se habrá encontrado con eventos para emprendedores o sobre innovación social que trataban el tema de la ciudad inteligente, habrá visto algún reportaje destacando nuevos servicios digitales en su ciudad, etc. Aún más importante, en estos años esa misma persona habrá oído hablar de alguna nueva aplicación para su móvil a través de la cuál mantenerse informado de las actividades de su ayuntamiento, habrá recibido una carta de su compañía suministradora de electricidad ofreciéndole la instalación de contadores inteligentes, se habrá encontrado con algún poste de recarga de vehículos eléctricos, se habrá conectado a algún punto de conexión inalámbrica en una plaza pública o habrá notado el comportamiento extraño de las farolas de la calle, que se apagan y se encienden de manera aparentemente aleatoria. Aún más importante si cabe, esa misma persona habrá pasado estos años dejando el rastro digital allí por donde ah pasado: calles sometidas a sistemas de videovigilancia, el historial de su navegador, el GPS de su móvil, las innumerables transacciones con su tarjeta de crédito, etc. En todas estas situaciones ha estado participando, inadvertidamente y sin ser consciente de sus implicaciones, del magma amorfo de la vida en la ciudad inteligente.

La smart city (SC) se ha convertido en un lugar común del discurso urbano y la rapidez con la que se ha introducido en programas electorales, planes de actuación municipal y orientaciones estratégicas de empresas tecnológicas ha impedido una reflexión sosegada sobre sus implicaciones. La SC se enfrenta incluso a una confusión conceptual que no ha impedido, sin embargo, que tenga ya hoy capacidad de influir en la sociedad. No se trata de un objeto teórico ni una especulación sin reflejo material. Al contrario, el imaginario ha comenzado a materializarse y a determinar nuevas formas de organizar las infraestructuras urbanas básicas, nuevas prioridades de inversión y nuevas maneras de entender el gobierno de las instituciones públicas.

(Chris Ratcliffe - Bloomberg)
La contestación crítica nació casi al mismo tiempo que las primeras referencias a la smart city. Robert Hollands se preguntaba ya en 2008 dónde encontrar en la realidad la ciudad inteligente que empezaba a aparecer en el lenguaje corporativo e institucional. Eran los primeros días de la fabricación de la idea de smart city como plasmación del ideal de incorporación de una nueva gama de tecnologías digitales en la ciudad. Tan sólo algunas empresas pioneras en revestir sus estrategias de marketing de un halo urbano habían comenzado a utilizar este término, fagocitando otros reclamos smart o propuestas en paralelo que buscaban aplicar una capa de tecnología digital a modelos de desarrollo urbano sostenible. Aún estaba por llegar toda una oleada de atención a las ciudades inteligentes que ha protagonizado en buena medida el debate sobre políticas urbanas en los últimos años.
Ahora que podemos evaluar este periodo de crecimiento exponencial de la atención a este tema, la pregunta de si existe realmente una ciudad inteligente tal como se ha promovido podría tener la misma respuesta. No existe la smart city tal como se ha presentado en el discurso más establecido y que ha sido dominante en los últimos años. La consiguiente sensación de desilusión empieza a aparecer ante la frustración que genera un movimiento con tan pocos resultados prácticos y tanto confusión conceptual, aunque sí mucha influencia mediática y programática. Esta falta de concreción práctica no impide, en cualquier caso, reconocer su influencia en la agenda de las políticas urbanas, que de una u otra forma han visto cómo se ha instalado en ellas una concepción particular del significado de la esfera digital en la ciudad y del modelo de innovación urbana.

De la misma forma, tanto esfuerzo discursivo tampoco ha conseguido ofrecer un consenso básico y compartido por las diferentes áreas de conocimiento relacionadas con la ciudad o para diferentes contextos urbanos ni ofrecer un relato coherente y entendible para la ciudadanía. Nos encontramos ante una propuesta de nuevo modelo de desarrollo urbano como continuación y evolución de términos previamente acogidos con igual entusiasmo (la ciudad creativa, la ciudad sostenible,…) en una larga historia de utopías y modelos teóricos urbanos. Se trata de la primera vez que un término que pretende marcar la agenda urbana prometiendo prosperidad emerge en un contexto de depresión y austeridad. Esto es especialmente significativo en el caso de los países del sur de Europa (España, Italia, Portugal, Grecia), contextos donde la retórica de la ciudad inteligente ha tenido un fuerte calado estos años. De esta manera, en un delicado contexto económico e institucional para las ciudades de nuestro entorno más cercano, la propuesta de la smart city ha sido acogida con un entusiasmo mucho mayor que en otros lugares (si bien ha sido significativa también su promoción en lugares tan dispares como India, China, Ecuador o Estados Unidos), convirtiéndose en un recurso discursivo predominante como modelo urbano de solución a la crisis, especialmente en una de sus argumentaciones básicas, la eficiencia. Esta apelación a la eficiencia operativa del funcionamiento de los servicios municipales ha sido significativa en países como España o Italia y ha favorecido el sostenimiento de un perfil activo en cuanto a nuevas propuestas para el mercado electoral en un tiempo de restricciones extremas en el gasto público, posibilitando así la apariencia y, en ocasiones la realidad (la mayor parte de las veces, gracias a financiación externa) de estar ofreciendo nuevas actuaciones para la ciudad. La SC ha funcionado así como discurso-promesa para ofrecer una vía de salvación a la situación generalizada de depresión de las políticas y la financiación municipal en regiones que sufrían un duro ajuste en sus expectativas. Junto a ello, el ambiente predominante de espectacularización acrítica en el que se desarrolla el actual contexto de adopción de innovaciones digitales ha sido crucial a la hora de explicar el surgimiento, emergencia, consolidación e influencia de un término que, apenas hace unos años era tangencial, especulativo y residual tanto en la esfera académica como en la mediática o la institucional.

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Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

La smart city se ha convertido en un nuevo modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad conectada. El creciente interés por las ciudades y su sofisticación tecnológica nos invita a comprender el impacto y las consecuencias de cuestiones como el big data, el urbanismo cuantitativo, las tecnologías cívicas o la regulación algorítmica. El presente libro quiere ofrecer preguntas y cuestionamientos críticos sobre el significado de las ciudades inteligentes y cómo darles un contexto urbano.

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