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Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
Hemos apuntado ya uno de los componentes esenciales en el paisaje de reproducción del imaginario: la dificultad para identificarlo con una conceptualización coherente, unívoca y consensuada entre todos los implicados. No nos detendremos en cuestiones terminológicas o de definición, un ámbito que ha dado lugar ya a diferentes estudios comparados y que también suele recogerse en forma de recopilación de definiciones en informes corporativos y otra literatura. De hecho, no se trata de una confusión puramente terminológica, sino también conceptual o, como proponemos en el presente estudio, una confusión sobre diferentes imaginarios tecnológicos y urbanos. Estas dificultades respecto a una definición pacífica de un término tan generalizado e influyente se han tratado de superar en ocasiones acudiendo a fórmulas o normas de estandarización (como en el caso de la Agencia Española de Normalización y Certificación o el Bristish Standards Institute), pero es posible que sólo hayan ayudado a establecer un terreno de juego más claro para los competidores privados del mercado de la smart city más que a socializar una idea comprensible de la ciudad inteligente. Ello se debe, principalmente, a que estas normas, más allá de sus títulos, que nominalmente apelan a la ciudad como genérico, estandarizan elementos parciales de esa misma ciudad inteligente, como es el caso de los catálogos abiertos, determinadas infraestructuras urbanas, etc., contribuyendo con ello a la confusión permanente entre el todo y sus partes que preside el debate sobre las smart cities.
Esta ambigüedad es característica de una presentación al público de soluciones tecnológicas que busca ser válida para cualquier contexto, circunstancia, caso de uso o ámbito, de manera que la apelación a la ciudad se convierte en táctica retórica para presentar un lugar genérico en el que tienen entrada aplicaciones e sectores tan dispares inicialmente como la salud, la vivienda o la industria. Podemos pensar que es una imprecisión calculada: el término adquiere un carácter de significante vacío que permite ser usado por agentes diversos según sus propios intereses sin que sea necesario enmendar su marco generalista, de modo que políticas, proyectos, y productos de diferente signo pueden asociarse a la ciudad inteligente sin que se quiebren sus bases conceptuales . Por todo ello, el catálogo de definiciones disponibles constituye una sucesión de sentencias dispares. La variedad de enfoques a la hora de abordar la definición de la smart city queda de manifiesto en este (incompleto) catálogo, más allá de la constante presencia con más o menos énfasis de la tecnología asociada a la esfera digital en sentido amplio. En todo caso, la mayor parte de las veces estas enunciaciones son de parte y responden a los intereses de quien las establece, que obtiene así un eslogan o reclamo con el que legitimar sus propuestas a pesar de carecer de consenso suficiente respecto a su significado.
Historic photographs transformed into surreal animated GIFs by Nicolas Monterrat |
Apuntaremos ahora que, a pesar de ser un imaginario controvertido, la SC está actuando ya directamente en la agenda pública sin contener un sustrato teórico suficientemente sólido, mínimamente unívoco o contrastado. Así, a pesar de la abundancia de recursos comunicativos producidos bajo este régimen discursivo (imágenes, diagramas, presentaciones, reportajes, medios especializados, proyectos icónicos, etc.), su influencia ha podido soslayar el hecho de no disponer de una justificación convincente y generalizada sobre qué significa ser una ciudad inteligente y por qué es tan importante para el futuro urbano. Ni las diferentes presentaciones de las corporaciones más activas en este ámbito ni los primeros acercamientos a una sistematización conceptual del término han podido establecer una definición de consenso no solo sólida y mínimamente pacífica, sino cercana a la realidad cotidiana de la gestión municipal.
En todo caso, la reproducción de este imaginario está sirviendo para establecer la agenda urbana de los próximos años y se trata de un término más que emergente, al haber captado ya la atención de empresas, centros tecnológicos, decisores públicos, medios de comunicación, organizaciones sociales y ciudadanos en general presentándose como el vehículo técnico y el aparato conceptual sobre el que construir el futuro urbano. El imaginario de la smart city ha encontrado un terreno fértil en un momento de cuestionamiento de las políticas públicas, de incertidumbre sobre la viabilidad de los modelos urbanos previos, promoviendo desde esta debilidad una visión particular y pretendidamente generalizable a cualquier contexto urbano, marginando otros objetivos, imaginarios alternativos o visiones críticas sobre sus potenciales efectos negativos o ls diferentes aristas de una presencia tecnológica en la ciudad más compleja y problemática de lo que el relato de la SC ha buscado establecer. La SC, en definitiva, es un relato que opera en la realidad hoy, bien a través de manifestaciones prácticas concretas, bien a través de la modificación de la agenda de las políticas públicas y de las ideas que las alimentan.
Origen del discurso sobre la smart city
La noción de smart city ha sido puesta en el tablero de la agenda urbana por gigantes de la comunicación como IBM o Cisco En el primer caso, desde 2008, esta compañía ha desarrollado un completo proceso de transformación de su modelo de negocio y de su estructura organizativa a partir del concepto de smarter cities, posicionándose como pionera en este ámbito, llegando incluso a patentar el término de “smarter cities” el 4 de octubre de 2011 como un hito clave en la disputa entre las diferentes compañías TIC por situarse en el mercado de la smart city. Algunos autores sitúan, de hecho, el inicio del movimiento de smart cities en 2005, en una iniciativa de la Fundación Clinton, que pidió a Cisco un análisis sobre cómo sus servicios podrían contribuir a la ciudad del futuro y los servicios urbanos. Otros han identificado que ya a mediados de la década de 1990 tanto en Australia como en Malasia algunos proyectos de desarrollo urbano utilizaron por primera vez el término de “smart city” para describir intervenciones de modernización y urbanización a caballo entre la ciudad jardín y el desarrollo tecnológico. Más allá de las discrepancias sobre la primera asociación de ciudad e inteligencia, existe un consenso básico (quizás el único) en que ha sido la acción decidida y consciente de un grupo muy reducido de empresas globales el factor fundamental para sacar este término desde lo residual a lo hegemónico.
El debate de la smart city se trata, de hecho, de una cuestión que, al menos en la última década, ha ido ganando posiciones en la agenda de investigación urbana, moviéndose inicialmente desde el optimismo tecnológico sobre el potencial de la computación ubicua hasta la distopía crítica sobre sus consecuencias más negativas. Así, la SC surge como un imaginario tecnológico que busca comprender los desafíos de un mundo urbano en un periodo de transformación tecnológica como la que estamos viviendo. Su plasmación y reproducción ha florecido a través de una red de eventos, actividades de relaciones públicas de las empresas interesadas, un circuito de revistas especializadas surgidas al calor del tema, colonización de espacios periodísticos y comerciales en medios de comunicación, vídeos promocionales, infografías convertidas en memes, etc. Este despliegue se ha mostrado manifiestamente celebratorio, exploratorio, tentativo, especulativo o performativo, según los casos, pero al estar aún en su infancia si pensamos en el tiempo que requieren los conceptos sociales para establecerse, podemos cuestionarnos si ha sido también suficientemente crítico o, mejor, si ha tenido capacidad de acoger voces o visiones contradictorias o complementarias.
El impulso inicial de la SC tiene su origen en el entorno empresarial que suele denominarse el mercado de las smart cities, representado por empresas tecnológicas como IBM, Cisco Systems, Siemens, Orange, Alcatel-Lucent, Telefonica, Microsoft, Oracle, Toshiba, Schneider Electric, Hitachi, GSMA, SAP, etc. La formulación inicial de la SC se asoció pronto con un modelo que le pudiera dar soporte conceptual. Para ello, la descripción más difundida de la smart city como sistema de sistemas se ha vinculado de manera recurrente con un marco analítico surgido de un proyecto de investigación europeo y finalizado en 2007, sólo unos meses antes de la puesta en escena de las primeras estrategias de corporaciones tecnológicas relacionadas con el tema. Así, el estudio European Smart Cities es el origen de un esquema que, en diferentes variantes , ha tratado de sistematizar el objeto de interés de la smart city a partir de seis características definitorias de una ciudad inteligente:
• Smart Economy: una ciudad que promueve el emprendimiento, la innovación, la productividad, la competitividad,…
• Smart People: una ciudad que cuenta con una ciudadanía formada e informada, activa y participativa y que promueve la igualdad
• Smart governance: una ciudad que promueve formas de gobierno electrónico, que innova en nuevos procedimientos y modelos de gobernanza, basada en las evidencias para la toma de decisiones y que fortalece esquemas de transparencia, participación y control ciudadano de la actividad de las instituciones
• Smart mobility: una ciudad con sistemas inteligentes y eficientes de transporte, que promueve la movilidad multi-modal, etc.
• Smart Environment: una ciudad que promueve la sostenibilidad y la resiliencia, que se propone objetivos de eficiencia energética y lucha contra el cambio climático,…
• Smart Living: una ciudad que apuesta por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.
Estas dimensiones se han convertido en un estándar del imaginario (debido a que ofrecía, a falta de un modelo propio, una visión suficientemente amplia y genérica de todas las esferas de la vida en la ciudad). Sin embargo, la vinculación de la SC a este modelo es problemática. Por un lado, este modelo nació con el objetivo de ser una comparación de indicadores entre diferentes ciudades europeas y con la vocación de servir como un ranking de calidad de vida. El uso de la etiqueta “smart” en el caso de este proyecto era claramente simbólica pero no implicaba una relación directa con la presencia de la tecnología en ninguna de esas seis áreas salvo en el caso del transporte y la movilidad y, en menor medida, en el apartado de la gobernanza. De la misma forma, el tenor de la definición que ofrece de una smart city es radicalmente diferente de cualquier otra definición surgida posteriormente al calor de la SC e incluso usando esta misma división de áreas temáticas. Por último, el uso de un esquema de este tipo funciona a modo de legitimación de un interés por trabajar desde la SC todos los aspectos que definen una ciudad, pero la realidad del discurso, como veremos en adelante, ha sido mucho más restrictiva en sus preocupaciones. A pesar de todo ello, la SC alimentó su carga discursiva en el origen utilizando este marco analítico y con el tiempo ha seguido utilizándolo con diferentes variaciones sobre el mismo tema.
La SC puede ser entendida como una construcción discursiva claramente ligada a la industria tecnológica global. Estas compañías, como proponentes originales y preponderantes en la construcción del régimen discursivo, han conseguido situar en el escenario de la piel digital de la ciudad una propuesta atractiva a primera vista: resolver los problemas tradicionales y actuales de las ciudades en un mundo urbano conformado por ciudades caóticas es relativamente sencillo porque disponemos de la tecnología pertinente para superar cualquiera de esos problemas sin necesidad de otras transiciones culturales, políticas, normativas, etc. La tecnología (y estas empresas como proveedoras y acumuladoras del capital económico y cognitivo necesario) sólo necesitan disponer de la ciudad y sus sistemas como territorios de implantación de soluciones que aliviarán los problemas críticos de tráfico (gracias a un control automático y en tiempo real de la infraestructura que lo gestiona, sin poner en cuestión, por ejemplo, el modelo de desarrollo urbanístico expansivo o la dependencia del vehículo privado); resolverán el problema del cambio climático como una esfera de acción local requerirá de la disposición de mecanismos técnicos que hagan más eficiente la producción, generación y distribución energética (sin necesidad de cambios socio-técnicos más complejos que impliquen la modificación de los patrones de consumo, la correlación de fuerzas en el mercado eléctrico entre diferentes fuentes de generación o la normativa de incentivos económicos y de comportamientos); solucionarán las demandas de mayor transparencia (gracias al open data entendido como solución técnica); detendrán la presión sobre los recursos naturales que producen los modos de vida urbano (a través de la instrumentación de mecanismos de eficiencia sobre los sistemas de gestión de residuos, aguas, etc.),…
Situados estos primeros elementos a modo de introducción de las brechas problemáticas que podemos asignar a la SC, podemos destacar ahora que el término “smart city” se ha constituido como un lugar común para referirse a una serie de estrategias y soluciones en forma de productos o servicios que incorporan un nivel determinado de digitalización al funcionamiento urbano en sus diferentes niveles. Más allá de esta referencia inicial, las definiciones conceptuales abundan en un debate de difícil caracterización, en el que se entremezclan diferentes grados y enfoques de conceptualización. Desde las propuestas dirigidas a la divulgación utilizando métodos de rankings de ciudades inteligentes hasta las definiciones que cada corporación interesada en este mercado lanza para intentar diferenciarse del resto, la SC se ha abierto camino entre una multiplicidad amorfa de definiciones más o menos exitosas pero ninguna suficientemente convincente o establecida. En la mayoría de los casos, estas definiciones son actualizaciones de definiciones integrales para el análisis urbano (en especial, aquellas que parten de las conceptualizaciones sobre el desarrollo sostenible local) o formulaciones que parecen partir de cero sin incluir perspectiva alguna sobre conceptos previos, compartiendo únicamente la presencia genérica de las tecnologías de la información y la comunicación como elemento distintivo.
La construcción de un nuevo imaginario sobre la ciudad
El campo de la presencia mediática ha sido, al menos inicialmente, el recurso dominante de reproducción del discurso de la SC. Su aparición y rápida colonización de espacios mediáticos constituye uno de los casos más significativos de cómo un término puede aparecer en poco tiempo y ocupar el protagonismo y atraer interés de una manera vertiginosa. Tomando el concepto de la teoría de la comunicación, el término de agenda setting suele usarse para caracterizar la capacidad de los medios de información para divulgar ideas políticas y conformar la opinión y percepción de políticos individuales y sus políticas. Mediante este mecanismo, la sensibilidad social sobre determinados temas y problemas de interés social llega a la opinión pública a través de un ejercicio sistemático por parte de los medios de generación de atención. Este fenómeno es identificable a la luz de la exploración de la ingente cantidad de recursos comunicativos que la SC ha desplegado y cómo se ha instalado de manera generalizada en lenguaje, los titulares, las temáticas o los monográficos especializados de los medios de comunicación. Esta abundancia consiguió pronto instalarse en la jerga de la estrategia urbana y en recurso familiar en propuestas de política municipal, planes empresariales e informes de corporaciones y organismos multilaterales. Con ello, el relato de los problemas a resolver por la ciudad inteligente del futuro queda definido en un marco reduccionista de problemas, entre los que siempre encontraremos el cambio demográfico y la creciente presión sobre los recursos naturales y públicos, el cambio climático y, en último lugar, la contradicción entre la austeridad fiscal y la competencia por atraer inversiones y talento.
Asociarla imagen de la ciudad –o, en muchos casos, la acción del gobierno municipal en cada momento- al término “ciudad inteligente” ha servido también para precipitar el inicio de determinados proyectos de implantación (de renovación urbana, de modernización de los sistemas informáticos de gestión municipal, de iluminación pública, de gobierno abierto, etc.) que, a pesar de ser casi siempre sectoriales y parciales, justifican la “transformación” de la ciudad por completo en argumento comunicativo de una smart city. En este sentido, el movimiento de las ciudades inteligentes encaja con las lecturas que desde la literatura se han hecho en torno a la representación social del espacio urbano y, por extensión de la ciudad. La smart city busca construir un nuevo significado social para la ciudad mediante la representación de un nuevo modelo urbano a partir de una serie de características y significados. Se trataría, en este sentido, de una renovación de procesos de construcción de imaginarios a los que ya hemos asistido cuando se produjo el despliegue de la electricidad en las calles de las ciudades o del telégrafo.
Evidentemente, no es sólo una cuestión de marketing. Estas grandes corporaciones disponen de fuertes capacidades tecnológicas para renovar y transformar la gestión del tráfico, la tecnologización de las infraestructuras urbanas y de realizar inversiones masivas. Pero podemos considerar esta evolución un claro ejemplo de agenda-setting, al haber conseguido situar esta cuestión en el centro del debate sobre la ciudad creandoun relato nuevo sobre la ciudad que está protagonizando gran parte del debate desde una mirada tecno-entusiasta refractaria a otras miradas sobre la ciudad y haciendo prácticamente tabula rasa del conocimiento acumulado sobre el funcionamiento urbano desde diferentes campos de conocimiento. En cualquier caso, la narrativa ha sido, hasta ahora, exitosa a la hora de colocar en la agenda pública una serie de temas y una determinada visión sobre el progreso urbano que pasa necesariamente por la adaptación tecnológica, propagándose de manera hegemónica en diferentes círculos relacionados con el régimen discursivo de la SC.
El papel del sistema de corporaciones globales en este sentido es innegable. Estas se han constituido como promotores de un término que ha transformado la agenda urbana de prioridades, modernizando la aspiración de la renovación de las infraestructuras asociadas al desarrollo urbano en un contexto de urbanización mundial. Esta nueva agenda ha sido capaz de colocar no sólo unas tecnologías relativamente nuevas, sino también un nuevo lenguaje y un nuevo léxico en torno a la ciudad, así como unas nuevas prácticas en forma de programas, proyectos y estrategias de ciudad inteligente. Se trata de la primera vez que un concepto urbano se fabrica originalmente desde actores privados sin una conexión original con las teorías sociales, el ámbito académico o la experiencia de la gestión o la política urbanas. De esta forma, actores hasta hace poco escasamente presentes en los temas urbanos han mostrado su interés por participar en el celebrado proceso de urbanización mundial, presentando al mundo y a sus potenciales clientes sus soluciones para la innovación urbana, a través de diferentes estrategias: movilizando recursos internos para acelerar los procesos de I+D+i para introducir nuevas soluciones en el mercado, reordenando sus líneas productivas y divisiones funcionales para orientar su esfuerzo productivo y comercial hacia el mercado de las ciudades inteligentes, rescatando productos abandonados, re-estructurando estos mismos productos para dotarlos de un componente urbano o simplemente concentrando su esfuerzo de relaciones públicas en este mercado emergente.
El régimen discursivo de la smart city
Así, el imaginario ha sido definido desde unos emisores específicos del paisaje tecnológico actual, formando parte estos agentes del régimen discursivo a través de su actividad de difusión, investigación y desarrollo, inversión y participación en proyectos de implantación de soluciones inteligentes en la ciudad. En la conformación de este imaginario, en la medida en que encierra expectativas y visiones sobre la condición tecnológica, los agentes protagonistas del imaginario comparten también una posición de optimismo tecnológico y un determinado posicionamiento sobre el papel de la tecnología en la sociedad. Como hemos destacado además, el imaginario tecnológico no es un artefacto puramente discursivo, sino que tiene capacidad de transformación de la realidad y de modificación de las formas de representación de la tecnología y de la ciudad. Por tanto, concebir la smart city como imaginario tecnológico nos permite establecer un marco de reflexión para explorar varios niveles de análisis: la forma explícita a través de la cual se reproduce como discurso social, las formas implícitas a través de las cuáles establece un nuevo orden moral sobre el desarrollo urbano más conveniente, las formas a través de las cuáles se posiciona en el debate público sobre la ciudad y se infiltra en las nuevas concepciones de la agenda urbana y, por último, las diferentes formas mediante las cuáles transforma espacial, social, económica y culturalmente las ciudades hoy en día a través de estrategias, planes, programas y proyectos urbanos. La SC actúa así como mecanismo legitimador al proponer una nueva lectura sobre qué es una buena ciudad y una mala ciudad.
En nuestro texto partimos de la idea de los imaginarios sociales como plasmación ideológica de un régimen discursivo en torno a una idea colectiva de la tecnología urbana construida como conjunto de recursos retóricos, simbólicos y materiales que proponen una racionalidad para legitimar la producción e implantación de la ciudad inteligente. Esta idea colectiva es la “smart city” como constructo conceptual de poder simbólico sustentado a través de un relato perfectamente trazable e identificable a partir de sus protagonistas proponentes (quienes han construido el relato) y de su aparato discursivo (los conceptos y recursos sobre los que sustentan dicho relato). Esta retórica es capaz de dotar de significados concretos a una relación permanente en la Historia (la ciudad y la evolución tecnológica) que hoy se actualiza en torno a las tecnologías digitales (utilizadas aquí en un sentido muy amplio como categoría aglutinante de todas las soluciones de cualquier tipo vinculadas al procesamiento de información, la computación ubicua y las tecnologías móviles). Dicho relato es, siguiendo la idea de imaginario social, una construcción particular, es decir, una entre las diferentes posibles narrativas que podríamos hoy establecer sobre la relación ciudad-tecnología, y se sustenta sobre intereses particulares concretos de actores interesados en el mismo, cada uno con su propia agenda. Es así cómo diferentes actores se han sumado a la construcción de este discurso aceptando sus premisas básicas, pero cada uno con su propia agenda de prioridades, beneficios esperados, etc. Así, los gobiernos municipales más activos en este ámbito han apelado a la smart city como un elemento para operativizar discursos de transparencia y de eficacia en el uso de presupuestos públicos, mientras que las empresas y corporaciones tecnológicas suelen apelar a la modernización y al aumento de ventas en el mercado de la smart city.
Así, podemos entender la SC como un sistema de comunicación básica problemas-soluciones-utopía tal como lo describimos a continuación:
• Definición de una serie de problemas urbanos, situando en el debate público un determinado diagnóstico de la ciudad, priorizando unos problemas frente a otros. De esta manera, siguiendo la misma lógica que dice que quien tiene un martillo sólo ve clavos, los problemas a resolver de una ciudad en la presentación dominante de la ciudad inteligente tienen que ver con la caja de herramientas tecnológicas de las empresas que han perfilado inicialmente este discurso. Esto lleva a que cuestiones como el acceso a la vivienda, la desigualdad, el cambio demográfico o la segregación espacial, por poner sólo algunos ejemplos, quedan fuera de este punto de partida, a pesar de ser, a todas luces, problemas básicos y fundamentales de cualquier entorno urbano. La intervención de empresas privadas en la generación de una demanda para el mercado de las smart cities representa un proceso de creación de redes socio-técnicas de actores en la cúspide del régimen discursivo, iniciado a través de la problematización de la ciudad y la creación de una solución indispensable –la smart city como concepto- para poder afrontar el problema, necesariamente a través de la intervención de los agentes que han problematizado la cuestión. De esta manera, las preguntas iniciales (problemas) a los que se enfrenta la ciudad contemporánea están ya mediatizadas por la construcción del problema que se ha hecho desde las instancias que se han posicionado como proveedoras de las soluciones, imposibilitando el cuestionamiento de los condicionantes previos.
• Asignación de una solución global inmediata: la smart city como estrategia global de intervención.
De esta forma, situaciones complejas que requieren de aproximaciones multi-nivel en cuanto a las competencias y enfoques multidisciplinares son entendidas de manera simplificada y dotando a la tecnología de un carácter cuasi-mágico que difícilmente casa con la realidad de las cosas, donde la integración de una nueva solución tecnológica sólo es una aportación a un conjunto de factores interrelacionados.
• Descripción de un escenario ideal, de manera que existe la posibilidad narrativa de ofrecer una relación directa entre los problemas y la solución. El relato se sitúa en un nivel de confianza absoluta en la capacidad de individualizar problemas separándolos de las complejas interrelaciones entre circunstancias urbanas y asignarles soluciones inmediatas y específicas. De esta forma, por ejemplo, las complejas relaciones que están detrás de las dinámicas de insostenibilidad global quedan enmarcadas en un relato en el que la solución a los problemas del cambio climático reside supuestamente en la adquisición e implantación de tecnologías energéticas de última generación, descontextualizadas de consideraciones sistémicas.
La emergencia hegemónica de la SC implica un cambio de marco que busca ofrecer al panorama de la gestión urbana una nueva forma de pensar sobre la ciudad en la que el lenguaje, representado por una nueva formulación del modelo urbano dominante, invita a hablar y pensar de forma diferente la ciudad. Desde su posición hegemónica, el relato ha sido capaz de reproducirse a diferentes niveles: en la creación de una nueva agenda pública que ha situado la inversión en ciudades inteligentes como una prioridad, en la explosión de eventos, publicaciones de relaciones públicas y comerciales, monográficos y especiales en los medios de comunicación social y, también, en la promoción de nuevos negocios e inversiones alrededor de las tecnologías urbanas como sector industrial nunca hasta ahora tratado de manera particular. El imaginario de la smart city se manifiesta con una voluntad de dominio respecto a otros posibles modelos urbanos recientes o en convivencia (ciudad creativa, ciudad sostenible, ciudad digital,…) y con voluntad de convertirse en universal (válido para cualquier ciudad, independientemente de su contexto geográfico, social, cultural, político o económico). A lo largo del texto mantendremos que esta voluntad busca en último término construir una nueva realidad sobre el hecho urbano a través de un discurso particular sobre la inteligencia urbana que se convierta en dominante o al menos mayoritario y, en cualquier caso, auto-justificativo.
De manera general, la forma en la que se presenta la narrativa de la smart city a través de sus soluciones arquetípicas suele apelar a la inmediatez de su respuesta, la sencillez de su despliegue y la falta de controversia sobre su desarrollo. Este tipo de soluciones se presentan de manera no problemática (apuntando sus virtudes y, en el mejor de los casos, señalando algunas barreras cuya solución depende de otros agentes), soslayando la realidad concreta en la que tienen que ser desplegadas (procedimientos de contratación, mecanismos de financiación, aceptación social, capacidades técnicas dentro de los ayuntamientos, complejidad técnica en comparación con las tecnologías existentes instaladas en los municipios, etc.).
Las características descritas tratan de definir el poder simbólico del imaginario tecnológico de la smart city, más allá de sus contenidos conceptuales que, como ya hemos indicado, son difusos y hasta contradictorios. Son, por tanto, a nuestro entender, la carga ideológica latente del imaginario tal como lo enmarcamos en el presente texto. El discurso dominante cumple así tres funciones: propone un diagnóstico oficial o manifestación de conocimiento establecido que es reconocido socialmente y que determina cómo se entiende un determinado objeto (la ciudad, en nuestro caso), prescribe un conjunto de directivas, órdenes, procedimientos y recetas con los que actuar sobre dicho objeto y, en tercer lugar, reconoce qué prácticas y actores están funcionado de acuerdo a su esquema. El poder simbólico de este discurso se torna con ello capaz de construir realidad en forma de prescripción y legitimación que alinea a actores diversos alrededor de un discurso hegemónico. Dicho de otra forma, este imaginario, en cuanto representación simbólica, propone un conjunto pretendidamente coherente de creencias que aspiran a ser compartidas socialmente como dominantes construidas a través de sentimientos, imágenes e ideas y, en nuestro caso, manifestadas materialmente a través de diferentes arreglos tecnológicos.
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Extracto del libro Descifrar la smart city. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
La smart city se ha convertido en un nuevo modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad conectada. El creciente interés por las ciudades y su sofisticación tecnológica nos invita a comprender el impacto y las consecuencias de cuestiones como el big data, el urbanismo cuantitativo, las tecnologías cívicas o la regulación algorítmica. El presente libro quiere ofrecer preguntas y cuestionamientos críticos sobre el significado de las ciudades inteligentes y cómo darles un contexto urbano.
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