El enfoque del diseño de interacción urbana se puede entender como una guía suficientemente amplia para acomodar perspectivas alternativas y complementarias a la smart city (SC), con un especial hincapié en el diseño de procesos y formas de acción colectiva en los que la tecnología digital sea un método no sólo de producción sino de exploración especulativa y deliberativa. Esto pasa por asumir un enfoque centrado en las personas a la hora de pensar el desarrollo urbano, situar la experiencia de la vida urbana como referencia fundamental para contextualizar el diseño y la implantación de proyectos tecnológicos que mediaticen nuestra relación con la ciudad, sus servicios, su estructura física y sus relaciones, una concepción más centrada en comprender la complejidad de los problemas y no únicamente en obtener soluciones supuestamente sencillas.
De manera sintética, podemos categorizar algunas condiciones para la reflexión, el diseño, la producción y la gestión de sistemas, productos y servicios de la ciudad conectada:
De las cajas negras a la visibilidad
A medida que la tecnología se hace más compleja se amplía la posibilidad para que esta se constituya y gestione como cajas negras. En la aparente transparencia de información que supone la vida digital, los rastros que dejamos se incorporan a espacios desconocidos e inaccesibles para cualquiera de nosotros. Desde estos espacios es desde donde se generan las nuevas governmentalities, tanto en la esfera pública como en la privada (pensemos en gigantes como Facebook o Google y la capacidad que tienen de manipular nuestra experiencia digital a través de la explotación de los datos de los usuarios mediante algoritmos indescifrables y fuera del escrutinio público, siempre con la justificación de ofrecer una mejor experiencia de usuario). El verdadero desafío reside más allá de la apertura de los datos, en los algoritmos y el código que hacen de los datos algo funcional, sobre los que apenas tenemos control o si quiera noción de su existencia.
La caja negra sitúa a los ciudadanos en la condición de usuarios y, como tales, meros espectadores de lo que esa caja negra hace. El smatphone, el objeto que se ha convertido en omnipresente en nuestras vidas y a través del cual una cantidad creciente de actividades cotidianas están mediatizadas, representa a la perfección este problema. A pesar de su materialidad, de su presencia constante, la infraestructura sobre la que está soportado su funcionamiento está oculta. Ante esta realidad, es destacable el esfuerzo que desde ciertas áreas de la práctica del diseño y la computación se está haciendo por visibilizar estas realidad. De igual forma, después de la primera fase de fascinación por el uso de los datos masivos a la ciudad, están surgiendo nuevas líneas de investigación que buscan trabajar en materia de desvelamiento de las consecuencias sociales de los datos masivos revisando de forma crítica y desde una perspectiva ética estas cuestiones (es el caso, por ejemplo, del instituto de investigación Data & Society en Nueva York o del proyecto The Programmable City en Irlanda).
La creciente dependencia del software en todos los ámbitos de la vida nos sitúa ante realidades que han estado escondidas en las versiones más optimistas de la lectura de la ciudad inteligente. Episodios contemporáneos a la redacción de este texto como el del descubrimiento del fraude masivo de Volkswagen al introducir un código para manipular la inspección de sus emisiones nos revela la magnitud de esta dependencia y la falta de herramientas de control de reguladores públicos y consumidores.
Al servicio del debate político y el conflicto urbano
El poder simbólico de metáforas como el ciudadano inteligente, el ciudadano-sensor o el ciudadano-cursor es particularmente atractivo por su voluntad de sintetizar expresiones más o menos expresas de profundizar en el papel activo de la ciudadanía en el mundo digital. Nos sitúan ante una demanda fruto de la dificultad de la SC para ofrecer un relato coherente de temas como la participación ciudadana, las formas de innovación democrática, la gestión abierta de los servicios públicos, etc.
Debemos a Lewis Mumford una apreciación suficientemente ilustrativa: la invención del reloj, del tiempo mecánico, como base de las transformaciones hacia una sociedad industrial. Ni las manecillas ni las minúsculas piezas de su mecanismo tuvieron tanta capacidad de reprogramar la vida como el carácter normativo de las imposiciones de la división, organización y sistematización del tiempo humano. De forma similar, la esfera digital contiene una capacidad no innata sino diseñada específicamente, de crear nuevas normas de comportamiento, nuevos límites de lo posible a nivel público y privado, de imponer formas de realizar transacciones, actos y efectos. Cambian nuestras habilidades físicas y cognitivas (desde la memoria a la capacidad de orientación espacial), cambian nuestras relaciones, nuestros hábitos y nuestras expectativas. Cambian también las capacidades de control por parte de organizaciones cuasi-monopolísticas y surgen nuevas tentaciones de dominación económica y social.
Frente a la tentación de creer que las posibilidades de automatización del control y seguimiento de cualquier parámetro de la ciudad nos llevan a un escenario de objetivización de las decisiones sobre los diferentes aspectos de la vida urbana (decisiones sobre políticas de seguridad, de gestión del tráfico, de vivienda, de espacio público, etc.), la realidad es que nada de esto debería sustraer la necesidad del debate público sobre cuestiones cruciales. Sin entrar ni siquiera en las dimensiones más globales sobre el control de internet y todas las dinámicas derivadas (desde el control de la privacidad por parte de los grandes operadores y de los propios gobiernos hasta las resistencias de los diferentes sectores industriales impactados por el cambio en los modelos de negocio), las preguntas y los debates siguen siendo los mismos: ¿para quién son las smart cities?, ¿quién las protagoniza?, ¿quién se queda fuera?, ¿promueven o no la inclusión o son sólo formas sofisticadas de perpetuación de las relaciones de poder establecidas?, ¿cómo salvaguardar lo público?, ¿y cómo salvaguardar lo común?, ¿cómo pueden favorecer modelos estables de implicación y participación ciudadana?
Si para algo puede servir la emergencia de la ciudad inteligente como recurso utópico es para hacernos más conscientes de estas normatividades, tanto en sus pequeñas y aparentemente livianas consecuencias (¡qué más da aceptar las nuevas condiciones de privacidad de una nueva aplicación que nos descargamos!) como en las más graves y represivas. Un relato pacífico de la ciudad sólo servirá para mantener las relaciones actuales y futuras de dominación y para esconder los conflictos sociales inherentes a la vida en la ciudad. Ello hace que sea imposible evitar la tentación de entender el escenario actual como un campo de batalla, por más que pueda parecer una salida dicotómica o incluso demagógica. Sin embargo, en el relato pacífico, utópico y genérico de la smart city subyace y se mantienen los mismos conflictos inherentes al hecho urbano. La dimensión digital de la ciudad es tan sólo una de las manifestaciones de la consustancial ciudad en conflicto.
De la confianza por defecto a la sospecha activa
Una de las características principales de las tecnologías digitales es su carácter invasivo y extensivo, en la medida en que gracias al internet de las cosas, cualquier elemento de nuestra vida cotidiana puede ser conectado a la infraestructura de la smart city. No se trata únicamente de dispositivos como el teléfono móvil, las cafeteras o las papeleras, sino que otros equipos sobre los que descansa nuestra propia existencia (desde los automóviles hasta los sistemas de calefacción en nuestros hogares, los sistemas de vigilancia basados en drones,..) también adquieren capacidad comunicativa y capacidad para tomar decisiones relativamente automáticas. Los algoritmos, potencialmente, decidirán cuestiones que pueden poner en peligro nuestro bienestar personal, nuestra seguridad física, nuestros derechos de ciudadanía, nuestro acceso a servicios. Lo harán no únicamente porque el diseño técnico de los algoritmos y de las funcionalidades de estos dispositivos lo permitan, sino porque formarán parte de un ensamblaje socio técnico que definirá los límites del bienestar, de la responsabilidad, de la seguridad. Lo harán, salvo que seamos capaces de construir un ensamblaje alternativo, por defecto y de manera sistemática, y actuarán sobre cuestiones no triviales. Descubrir que Facebook manipuló a sus usuarios psicológicamente durante unos meses a través de un experimento de ingeniería social con fines comerciales puede resultarle a alguien relativamente inocuo. Pero a través de estas renuncias podemos llegar a construir una gran telaraña de renuncias donde también resulten inocuos comportamientos de los sistemas inteligentes que hoy nos podrían parecer antidemocráticos, autoritarios o físicamente dañinos. La smart city encierra una invitación a confiar en sistemas que han demostrado ser poco dignos de nuestra confianza como individuos o como sociedad.
Hacer ciudad como convergencia de disciplinas
En nuestro texto hemos presentado el enfoque del diseño de interacción urbana como una posible referencia para enmarcar discursos más inclusivos sobre la ciudad inteligente. De la misma forma, hemos acudido también a referencias como la innovación social digital o las humanidades digitales como marcos para este ensanchamiento. Más allá de las preferencias, estos enfoques tienen en común el horizonte de transdisciplinariedad con el que plantean abordar la comprensión y construcción de ensamblajes socio-técnicos con los que actuar desde una postura política crítica, proactiva y transformadora. Un diálogo y reconocimiento efectivo entre disciplinas científico-técnicas, entre campos diversos sin considerar la barrera de la profesionalidad formal y entre formas de conocimiento es la única vía para atender a la complejidad de una ciudad digital que no se la juega en la eficiencia de su sistema de residuos sólidos urbanos, sino en su capacidad para cumplir las expectativas de una ciudadanía con nuevas herramientas técnicas, organizativas y productivas.
Esta convergencia implica, en el campo de la investigación, crear nuevas habilidades e hibridar metodologías (prototipado, DIY,…) y teorías al mismo nivel que ha incorporado las herramientas de la ciencia de los datos o el desarrollo de código. Ante un relato que hasta ahora ha privilegiado una agenda basada en la resolución pragmática de problemas, en nuestra investigación hemos apostado por la necesidad de sostener un mayor esfuerzo teórico para comprender las nuevas inteligencias urbanas. Igualmente, la agenda de investigación de los próximos años tendrá que ser capaz de manejar la tensión entre la agenda de las corporaciones y la de los estudios críticos a partir de una apertura a la experimentación de usuarios, así como de contextualizar a partir de la diferenciación de geografías, donde en cada lugar la SC se despliega de diferentes formas. No es sólo una cuestión de campos científico-técnicos, como si sólo los profesionales, quienes cuentan con un título habilitante o un certificado formal fueran los únicos llamados a hacer ciudad. Eso que hemos llamado el profesional-amateur no es otra cosa que reconocer que, más allá del conocimiento técnico, existe un conocimiento tácito y experiencial que es el que desarrollamos al usar y vivir la ciudad, sus calles, nuestras casas, etc.
Esta convergencia de agentes, saberes, intereses y saberes en torno al aprovechamiento de las tecnologías actuales desafía no sólo las fronteras disciplinares sino también las especificaciones técnicas y los manuales de usuario de dispositivos y equipos. Igualmente, desafía el modelo de producción y consumo tecnológico mediante modificaciones, reparaciones y adaptaciones de los productos tecnológicos genéricos a favor de usos creativos que tratan de adaptar y mejorar la infraestructura de la ciudad a las necesidades de los usos cotidianos.
No sólo hay problemas que resolver
Uno de los principales elementos de insatisfacción respecto al relato más establecido de la SC es su orientación a resolver unos problemas muy específicos de la ciudad en genérico. Hemos abundado en lo incompleto e injusto de un enfoque que olvida no sólo problemas más urgentes desde las políticas urbanas y las demandas sociales, sino también otras razones y lógicas con las que vivimos en las ciudades. Estas no son únicamente espacios de conveniencia o máquinas de satisfacción eficiente de deseos individuales para acceder a luz y agua, moverse en la ciudad, comprar, pedir cita a la administración, etc. Son eso y algo más, quizá la parte más sustancial de la urbanidad. Las ciudades son lugares para perder el tiempo, para pasear, andar sin rumbo, encontrarse con amigos e incluso con desconocidos, para sorprenderse y admirarse, aprender, jugar, denunciar públicamente, enamorarse y enfadarse, probar a hacer cosas supuestamente prohibidas o inesperadas, manifestarse, crear lo que no existe, etc.
Todas estas actividades son las que hacen interesante y soportable una vida cada vez más banal, programada, cercada por límites naturales e impuestos. La SC no ha tenido apenas respuestas para hacernos la vida más feliz, más vivible, más divertida, más completa; sólo nos ha prometido una vida más eficiente, menos conflictiva, y es desde otros imaginarios conexos al desarrollo de la ciudad digital donde podemos encontrar asideros y ejemplos para imaginar un presente más humano. Proyectos como Whispering Clouds, Why Sit When You Can Play, Tidy Street project, Hello Lamp Post, Pulse of the City, entre un largo etcétera), nos invitan a pensar en proyectos tecnológicos capaces de enfrentarnos con la realidad de la ciudad más allá de la eficiencia que buscan sus gestores. Los usos creativos de la tecnología forman parte de una realidad cotidiana para centros de investigación, espacios de creación artística, organizaciones cívicas e instituciones (desde iMAL , Ars Electronica , i-DAT Open Research Lab, pasando por agencias como Near Future Laboratory , o la ya extinta Berg ).
Elogio del presente
La ciudad del futuro será muy diferente de cómo la estamos imaginando hoy en día desde el relato estándar y espectacularizado de la tecnología. Lo que sí podemos reconocer hoy es el trabajo de laboratorios cívicos, organizaciones sociales, individuos, empresas y colectivos, departamentos municipales, activistas y artistas,… que están reutilizando, experimentando y cacharreando con dispositivos ya disponibles, desarrollados en abierto y de manera colaborativa. Esa es la tecnología en uso que realmente puede suponer un cambio fundamental: utilizarla como excusa para transgredir los límites legales o mentales de lo que es posible o no en la ciudad.
“No me digas que no se puede”. Esa frase podría resumir una actitud fundamental en muchos órdenes de la vida y que es el prólogo de la creatividad, de la invención, del progreso, de la ingenuidad. Es también el inicio de cualquier resistencia. Hacer ciudad es ejercer el vitalismo que esconde esa frase y hacerlo en forma de resistencia activa ante una ciudad que muchas veces se muestra ajena, injusta, opresiva, limitante,…
A lo largo del texto hemos destacado diferentes pistas que seguir para encontrar dónde y cómo se están desarrollando prácticas y narrativas contra-hegeméonicas o que no encajan con el discurso dominante de la ciudad inteligente. Frente a una SC que se presenta como solución totalizante para problemas genéricos y globales, una solución suficientemente flexible para encontrar acomodo teórico en cualquier lugar del mundo, los nombres apuntados (proyectos, organizaciones, investigadores, activistas, tecnologías, laboratorios,…) nos ofrecen una imagen aparentemente inconexa y caótica. Precisamente por su propia naturaleza disctribuida, hiper-local y descentralizada estas actuaciones pueden parecer una respuesta incompleta para el afán planificador de la SC. Esta es, de hecho, una de las características más singulares del análisis de la SC como narrativa. Al contrario que las narrativas usuales, que parten de la descripción de casos concretos para extraer lecturas generales, la SC ha partido desde el inicio como una lectura global de los problemas genéricos de la ciudad y busca dónde encontrar una ciudad inteligente realmente existente para poder ilustrar sus promesas.
De manera sintética, podemos categorizar algunas condiciones para la reflexión, el diseño, la producción y la gestión de sistemas, productos y servicios de la ciudad conectada:
De las cajas negras a la visibilidad
A medida que la tecnología se hace más compleja se amplía la posibilidad para que esta se constituya y gestione como cajas negras. En la aparente transparencia de información que supone la vida digital, los rastros que dejamos se incorporan a espacios desconocidos e inaccesibles para cualquiera de nosotros. Desde estos espacios es desde donde se generan las nuevas governmentalities, tanto en la esfera pública como en la privada (pensemos en gigantes como Facebook o Google y la capacidad que tienen de manipular nuestra experiencia digital a través de la explotación de los datos de los usuarios mediante algoritmos indescifrables y fuera del escrutinio público, siempre con la justificación de ofrecer una mejor experiencia de usuario). El verdadero desafío reside más allá de la apertura de los datos, en los algoritmos y el código que hacen de los datos algo funcional, sobre los que apenas tenemos control o si quiera noción de su existencia.
La caja negra sitúa a los ciudadanos en la condición de usuarios y, como tales, meros espectadores de lo que esa caja negra hace. El smatphone, el objeto que se ha convertido en omnipresente en nuestras vidas y a través del cual una cantidad creciente de actividades cotidianas están mediatizadas, representa a la perfección este problema. A pesar de su materialidad, de su presencia constante, la infraestructura sobre la que está soportado su funcionamiento está oculta. Ante esta realidad, es destacable el esfuerzo que desde ciertas áreas de la práctica del diseño y la computación se está haciendo por visibilizar estas realidad. De igual forma, después de la primera fase de fascinación por el uso de los datos masivos a la ciudad, están surgiendo nuevas líneas de investigación que buscan trabajar en materia de desvelamiento de las consecuencias sociales de los datos masivos revisando de forma crítica y desde una perspectiva ética estas cuestiones (es el caso, por ejemplo, del instituto de investigación Data & Society en Nueva York o del proyecto The Programmable City en Irlanda).
La creciente dependencia del software en todos los ámbitos de la vida nos sitúa ante realidades que han estado escondidas en las versiones más optimistas de la lectura de la ciudad inteligente. Episodios contemporáneos a la redacción de este texto como el del descubrimiento del fraude masivo de Volkswagen al introducir un código para manipular la inspección de sus emisiones nos revela la magnitud de esta dependencia y la falta de herramientas de control de reguladores públicos y consumidores.
Vía Bruce Sterling |
El poder simbólico de metáforas como el ciudadano inteligente, el ciudadano-sensor o el ciudadano-cursor es particularmente atractivo por su voluntad de sintetizar expresiones más o menos expresas de profundizar en el papel activo de la ciudadanía en el mundo digital. Nos sitúan ante una demanda fruto de la dificultad de la SC para ofrecer un relato coherente de temas como la participación ciudadana, las formas de innovación democrática, la gestión abierta de los servicios públicos, etc.
Debemos a Lewis Mumford una apreciación suficientemente ilustrativa: la invención del reloj, del tiempo mecánico, como base de las transformaciones hacia una sociedad industrial. Ni las manecillas ni las minúsculas piezas de su mecanismo tuvieron tanta capacidad de reprogramar la vida como el carácter normativo de las imposiciones de la división, organización y sistematización del tiempo humano. De forma similar, la esfera digital contiene una capacidad no innata sino diseñada específicamente, de crear nuevas normas de comportamiento, nuevos límites de lo posible a nivel público y privado, de imponer formas de realizar transacciones, actos y efectos. Cambian nuestras habilidades físicas y cognitivas (desde la memoria a la capacidad de orientación espacial), cambian nuestras relaciones, nuestros hábitos y nuestras expectativas. Cambian también las capacidades de control por parte de organizaciones cuasi-monopolísticas y surgen nuevas tentaciones de dominación económica y social.
Frente a la tentación de creer que las posibilidades de automatización del control y seguimiento de cualquier parámetro de la ciudad nos llevan a un escenario de objetivización de las decisiones sobre los diferentes aspectos de la vida urbana (decisiones sobre políticas de seguridad, de gestión del tráfico, de vivienda, de espacio público, etc.), la realidad es que nada de esto debería sustraer la necesidad del debate público sobre cuestiones cruciales. Sin entrar ni siquiera en las dimensiones más globales sobre el control de internet y todas las dinámicas derivadas (desde el control de la privacidad por parte de los grandes operadores y de los propios gobiernos hasta las resistencias de los diferentes sectores industriales impactados por el cambio en los modelos de negocio), las preguntas y los debates siguen siendo los mismos: ¿para quién son las smart cities?, ¿quién las protagoniza?, ¿quién se queda fuera?, ¿promueven o no la inclusión o son sólo formas sofisticadas de perpetuación de las relaciones de poder establecidas?, ¿cómo salvaguardar lo público?, ¿y cómo salvaguardar lo común?, ¿cómo pueden favorecer modelos estables de implicación y participación ciudadana?
Si para algo puede servir la emergencia de la ciudad inteligente como recurso utópico es para hacernos más conscientes de estas normatividades, tanto en sus pequeñas y aparentemente livianas consecuencias (¡qué más da aceptar las nuevas condiciones de privacidad de una nueva aplicación que nos descargamos!) como en las más graves y represivas. Un relato pacífico de la ciudad sólo servirá para mantener las relaciones actuales y futuras de dominación y para esconder los conflictos sociales inherentes a la vida en la ciudad. Ello hace que sea imposible evitar la tentación de entender el escenario actual como un campo de batalla, por más que pueda parecer una salida dicotómica o incluso demagógica. Sin embargo, en el relato pacífico, utópico y genérico de la smart city subyace y se mantienen los mismos conflictos inherentes al hecho urbano. La dimensión digital de la ciudad es tan sólo una de las manifestaciones de la consustancial ciudad en conflicto.
Vía Cee Vee 5 |
De la confianza por defecto a la sospecha activa
Una de las características principales de las tecnologías digitales es su carácter invasivo y extensivo, en la medida en que gracias al internet de las cosas, cualquier elemento de nuestra vida cotidiana puede ser conectado a la infraestructura de la smart city. No se trata únicamente de dispositivos como el teléfono móvil, las cafeteras o las papeleras, sino que otros equipos sobre los que descansa nuestra propia existencia (desde los automóviles hasta los sistemas de calefacción en nuestros hogares, los sistemas de vigilancia basados en drones,..) también adquieren capacidad comunicativa y capacidad para tomar decisiones relativamente automáticas. Los algoritmos, potencialmente, decidirán cuestiones que pueden poner en peligro nuestro bienestar personal, nuestra seguridad física, nuestros derechos de ciudadanía, nuestro acceso a servicios. Lo harán no únicamente porque el diseño técnico de los algoritmos y de las funcionalidades de estos dispositivos lo permitan, sino porque formarán parte de un ensamblaje socio técnico que definirá los límites del bienestar, de la responsabilidad, de la seguridad. Lo harán, salvo que seamos capaces de construir un ensamblaje alternativo, por defecto y de manera sistemática, y actuarán sobre cuestiones no triviales. Descubrir que Facebook manipuló a sus usuarios psicológicamente durante unos meses a través de un experimento de ingeniería social con fines comerciales puede resultarle a alguien relativamente inocuo. Pero a través de estas renuncias podemos llegar a construir una gran telaraña de renuncias donde también resulten inocuos comportamientos de los sistemas inteligentes que hoy nos podrían parecer antidemocráticos, autoritarios o físicamente dañinos. La smart city encierra una invitación a confiar en sistemas que han demostrado ser poco dignos de nuestra confianza como individuos o como sociedad.
Hacer ciudad como convergencia de disciplinas
En nuestro texto hemos presentado el enfoque del diseño de interacción urbana como una posible referencia para enmarcar discursos más inclusivos sobre la ciudad inteligente. De la misma forma, hemos acudido también a referencias como la innovación social digital o las humanidades digitales como marcos para este ensanchamiento. Más allá de las preferencias, estos enfoques tienen en común el horizonte de transdisciplinariedad con el que plantean abordar la comprensión y construcción de ensamblajes socio-técnicos con los que actuar desde una postura política crítica, proactiva y transformadora. Un diálogo y reconocimiento efectivo entre disciplinas científico-técnicas, entre campos diversos sin considerar la barrera de la profesionalidad formal y entre formas de conocimiento es la única vía para atender a la complejidad de una ciudad digital que no se la juega en la eficiencia de su sistema de residuos sólidos urbanos, sino en su capacidad para cumplir las expectativas de una ciudadanía con nuevas herramientas técnicas, organizativas y productivas.
Esta convergencia implica, en el campo de la investigación, crear nuevas habilidades e hibridar metodologías (prototipado, DIY,…) y teorías al mismo nivel que ha incorporado las herramientas de la ciencia de los datos o el desarrollo de código. Ante un relato que hasta ahora ha privilegiado una agenda basada en la resolución pragmática de problemas, en nuestra investigación hemos apostado por la necesidad de sostener un mayor esfuerzo teórico para comprender las nuevas inteligencias urbanas. Igualmente, la agenda de investigación de los próximos años tendrá que ser capaz de manejar la tensión entre la agenda de las corporaciones y la de los estudios críticos a partir de una apertura a la experimentación de usuarios, así como de contextualizar a partir de la diferenciación de geografías, donde en cada lugar la SC se despliega de diferentes formas. No es sólo una cuestión de campos científico-técnicos, como si sólo los profesionales, quienes cuentan con un título habilitante o un certificado formal fueran los únicos llamados a hacer ciudad. Eso que hemos llamado el profesional-amateur no es otra cosa que reconocer que, más allá del conocimiento técnico, existe un conocimiento tácito y experiencial que es el que desarrollamos al usar y vivir la ciudad, sus calles, nuestras casas, etc.
Esta convergencia de agentes, saberes, intereses y saberes en torno al aprovechamiento de las tecnologías actuales desafía no sólo las fronteras disciplinares sino también las especificaciones técnicas y los manuales de usuario de dispositivos y equipos. Igualmente, desafía el modelo de producción y consumo tecnológico mediante modificaciones, reparaciones y adaptaciones de los productos tecnológicos genéricos a favor de usos creativos que tratan de adaptar y mejorar la infraestructura de la ciudad a las necesidades de los usos cotidianos.
No sólo hay problemas que resolver
Uno de los principales elementos de insatisfacción respecto al relato más establecido de la SC es su orientación a resolver unos problemas muy específicos de la ciudad en genérico. Hemos abundado en lo incompleto e injusto de un enfoque que olvida no sólo problemas más urgentes desde las políticas urbanas y las demandas sociales, sino también otras razones y lógicas con las que vivimos en las ciudades. Estas no son únicamente espacios de conveniencia o máquinas de satisfacción eficiente de deseos individuales para acceder a luz y agua, moverse en la ciudad, comprar, pedir cita a la administración, etc. Son eso y algo más, quizá la parte más sustancial de la urbanidad. Las ciudades son lugares para perder el tiempo, para pasear, andar sin rumbo, encontrarse con amigos e incluso con desconocidos, para sorprenderse y admirarse, aprender, jugar, denunciar públicamente, enamorarse y enfadarse, probar a hacer cosas supuestamente prohibidas o inesperadas, manifestarse, crear lo que no existe, etc.
Todas estas actividades son las que hacen interesante y soportable una vida cada vez más banal, programada, cercada por límites naturales e impuestos. La SC no ha tenido apenas respuestas para hacernos la vida más feliz, más vivible, más divertida, más completa; sólo nos ha prometido una vida más eficiente, menos conflictiva, y es desde otros imaginarios conexos al desarrollo de la ciudad digital donde podemos encontrar asideros y ejemplos para imaginar un presente más humano. Proyectos como Whispering Clouds, Why Sit When You Can Play, Tidy Street project, Hello Lamp Post, Pulse of the City, entre un largo etcétera), nos invitan a pensar en proyectos tecnológicos capaces de enfrentarnos con la realidad de la ciudad más allá de la eficiencia que buscan sus gestores. Los usos creativos de la tecnología forman parte de una realidad cotidiana para centros de investigación, espacios de creación artística, organizaciones cívicas e instituciones (desde iMAL , Ars Electronica , i-DAT Open Research Lab, pasando por agencias como Near Future Laboratory , o la ya extinta Berg ).
Vía: The Vault of the Atomic Space Age |
La ciudad del futuro será muy diferente de cómo la estamos imaginando hoy en día desde el relato estándar y espectacularizado de la tecnología. Lo que sí podemos reconocer hoy es el trabajo de laboratorios cívicos, organizaciones sociales, individuos, empresas y colectivos, departamentos municipales, activistas y artistas,… que están reutilizando, experimentando y cacharreando con dispositivos ya disponibles, desarrollados en abierto y de manera colaborativa. Esa es la tecnología en uso que realmente puede suponer un cambio fundamental: utilizarla como excusa para transgredir los límites legales o mentales de lo que es posible o no en la ciudad.
“No me digas que no se puede”. Esa frase podría resumir una actitud fundamental en muchos órdenes de la vida y que es el prólogo de la creatividad, de la invención, del progreso, de la ingenuidad. Es también el inicio de cualquier resistencia. Hacer ciudad es ejercer el vitalismo que esconde esa frase y hacerlo en forma de resistencia activa ante una ciudad que muchas veces se muestra ajena, injusta, opresiva, limitante,…
A lo largo del texto hemos destacado diferentes pistas que seguir para encontrar dónde y cómo se están desarrollando prácticas y narrativas contra-hegeméonicas o que no encajan con el discurso dominante de la ciudad inteligente. Frente a una SC que se presenta como solución totalizante para problemas genéricos y globales, una solución suficientemente flexible para encontrar acomodo teórico en cualquier lugar del mundo, los nombres apuntados (proyectos, organizaciones, investigadores, activistas, tecnologías, laboratorios,…) nos ofrecen una imagen aparentemente inconexa y caótica. Precisamente por su propia naturaleza disctribuida, hiper-local y descentralizada estas actuaciones pueden parecer una respuesta incompleta para el afán planificador de la SC. Esta es, de hecho, una de las características más singulares del análisis de la SC como narrativa. Al contrario que las narrativas usuales, que parten de la descripción de casos concretos para extraer lecturas generales, la SC ha partido desde el inicio como una lectura global de los problemas genéricos de la ciudad y busca dónde encontrar una ciudad inteligente realmente existente para poder ilustrar sus promesas.
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