miércoles, 9 de diciembre de 2015

De la ciudad abierta y móvil a la ciudad emergente

La generalización de los dispositivos móviles y la disponibilidad de una amplia experiencia en el uso de herramientas digitales para la interacción social han creado un nuevo marco de actuación cívica que multiplica la capacidad de la ciudadanía para intervenir en los asuntos comunes. Respositorios como Civic Commons, The Civic Media Project, Social Tech Guide, Civic Patterns o Stack Cívico, entre otros, nos dan la dimensión de la acción cívica digital. Knight Foundation ha publicado un buen balance sobre la importancia de las tecnologías cívicas a la hora de posibilitar la creación de redes ciudadanas, la promoción de la inteligencia colectiva, el apoyo de proyectos sociales y comunitarios, el diseño de nuevos servicios o la promoción del debate político. De hecho, es esta tecnología la que menos tiempo ocupa en la narrativa de la smart city, dominada por su preferencia por tecnologías por llegar y no, por ejemplo, por el dispositivo por antonomasia de la era digital, el smartphone . En los últimos años hemos asistido a la irrupción de un nuevo discurso en torno a la ciudad que se focaliza en la idea de las smart cities como vehículo de transformación de lo urbano. Se trata de un debate hasta cierto punto polarizado por visiones muy distantes unas de otras respecto al papel de la tecnología en la ciudad y que encierra, en último término, una visión particular de la ciudad, sus agentes, el espacio físico y el espacio de los flujos de las relaciones que se dan en el entorno urbano. Prácticamente el único punto de unión en esta “batalla” por las smart cities reside en la asunción de que las tecnologías digitales implican un cambio de escenario sobre la forma en la que se organiza la vida en la ciudad, incidiendo en algunos casos sobre la mejora de la eficiencia en la gestión de los servicios públicos y las infraestructuras que soportan el funcionamiento urbano, mientras que en otros casos se incide en las tecnologías digitales como habilitadoras de una nueva acción colectiva con mayor autonomía de organización, creación y aportación.

Las tecnologías móviles aportan una renovada capacidad cívica de intermediación en la ciudad con un alto componente de creación colectiva y de intensificación de las dinámicas urbanas. Existen actualmente muchos casos de utilización exitosa de estas herramientas en muchas ciudades del mundo, tanto desde un impulso institucional como desde un impulso ciudadano. Las tecnologías móviles en la vida cotidiana en la ciudad se están utilizando para implicar a las comunidades locales en la generación de soluciones móviles concretas para sus ciudades, un marco de colaboración entre los ámbitos tecnológicos y no tecnológicos como vía para asegurar la adecuada contextualización de las aplicaciones móviles que se generen desde una visión cívica de las tecnologías móviles.Todas estas dinámicas comparten una visión en torno al valor cívico de las herramientas digitales como habilitadoras de procesos de cambio y concienciación. Sin embargo, la presencia de este valor cívico no es tan evidente, entendiendo valor cívico como el atributo propio de la vida en la ciudad o la incorporación de una variable urbana a las tecnologías en cuanto a promoción de la libertad, de la acción comunitaria, del compromiso social, la crítica social y la construcción de alternativas.

Real-Life Instagram Turns A City Into An Indictment Of Our Distracted Photo Culture 
Las tecnologías para afrontar soluciones locales a problemas de las ciudades están explorando esta vía. Mientras que determinadas dinámicas tipo hackathon o similares, basadas en la concentración de conocimiento y habilidades técnicas sobre el desarrollo de aplicaciones móviles buscan promover la creación de nuevas apps u otro tipo de soluciones de manera generalista, otras dinámicas están sumando a este conocimiento técnico un esfuerzo por dotar de contenido urbano a estas dinámicas creando contextos más eficaces  para la generación de soluciones hiper-locales y creando entornos de cooperación entre personas y colectivos comprometidos con la ciudad y, en algunos casos, también con las propias instituciones locales. Esto no nos puede hacer olvidar el riesgo de convertir los medios digitales en formas individualizadas y descomprometidas de intervenir en la vida pública. En este sentido, el autor apuesta claramente por añadir al diseño, el despliegue y la gestión de dispositivos, servicios, infraestructuras y plataformas digitales un sentido de pertenencia y apropiación ciudadana sobre los mismos para que la ciudadanía mantenga su agencia.

La apertura de datos abiertos es uno de los vectores asociados a la smart city en su relación con la ciudadanía. Ciudades en todo el mundo están liberando sus datos públicos posibilitando que desarrolladores y activistas trabajen en proyectos de reutilización del open data. La smart city se transforma entonces en un concepto abierto a la ciudadanía cuando reconocemos cómo se están desarrollando herramientas digitales de diferente tipo para favorecer formas de apropiación tecnológica y de democratización . Las smart cities también son lo que sucede en la intersección del urbanismo y la exploración artística a través de fachadas digitales y el uso creativo y participativo de las tecnologías digitales en el espacio público (con la red Connecting Cities , en la que participan Quartier del Spectacle Montreal , Federation Square Melbourne  o CAVI–Centre for Advanced Visualization and Interaction de la Universidad de Aarhus) y otras formas de pensamiento crítico en el espacio público (Urban Prototyping ) en las que el ciudadano se compromete, crea, organiza y comparte una plataforma común, la ciudad. El principal factor diferencial de estas iniciativas es que promueven un enfoque de “la tecnología en nuestras manos”, una concepción mucho más cercana a la realidad cotidiana del uso de tecnologías y de interacción con la ciudad que las visiones excesivamente jerárquicas y burocráticas que a veces destilan las propuestas de la SC. La tecnología-en-uso es una formulación que nos permite desbordar los límites tan estrechos que hemos mencionado hasta ahora sobre la concepción de la tecnología como un elemento estático. La cotidianeidad en el uso de tecnologías y la forma en que interactúan los individuos y las comunidades con su ciudad a través de diferentes dispositivos, sistemas o relaciones –no necesariamente digitales- se expresa a través de actos cuya suma y progresión adapta la tecnología a usos particulares. El valor fundamental, el hecho más rompedor no es, por ejemplo, la capacidad de automatizar el funcionamiento del sistema de alumbrado público mediante sensores y detección de presencia para encender o apagar unas luminarias. Por supuesto, esto ofrece grandes ventajas en la cuenta corriente de las finanzas de un ayuntamiento, una eficiencia operativa ampliada y un uso más racional de los recursos. Pero se trata de innovaciones incrementales. Es mucho más rompedora, sin embargo, la posibilidad de disponer de tecnologías que están cambiando y cambiarán nuestra propia actividad como ciudadanos y nuestra experiencia en la ciudad. Pensemos en la fabricación digital, por ejemplo, como un universo de tecnologías que pueden cambiar de manera fundamental la forma en la que entendemos la producción industrial hacia modelos descentralizados y la autosuficiencia, pero también los dispositivos móviles que ya están en nuestros bolsillos y que transforman la manera en la que interactuamos y nos relacionamos con el entorno. Tanto en un caso como en otro, ofrecen un potencial de auto-organización y de decisiones personales y colectivas que empoderan a la ciudadanía para tener más capacidad de acceder a información, de crear sus propios servicios y desarrollar sus propias soluciones y estrategias para vivir en la ciudad.

Muchos otros ejemplos se podrían mencionar de proyectos e iniciativas que se encajan en una esfera amplia de apropiación ciudadana de los medios digitales y sirven para ilustrar lo que los renders no pueden: un creciente número de personas están trabajando en lugares reales con problemas reales para desarrollar herramientas reales con tecnologías que ya están disponibles. La mejor manera de comprometer a la ciudadanía en el desarrollo de las smart cities es reconocer lo que ya está sucediendo. Existe aún excesivo interés en promesas altamente dependientes de infraestructuras y soluciones orientadas a resolver únicamente los problemas de las administraciones locales. Sin embargo, las reglas han cambiado de alguna forma en la sociedad digital: las personas pueden desarrollar proyectos transformadores con un catálogo de tecnologías y aplicaciones abiertas y colaborativas.

Proyectos como Thingful , diseñado como motor de búsqueda del internet de las cosas y los objetos conectados, implican nuevas vías de investigación más allá de los datos abiertos, proponiendo un nuevo marco  que supere el abierto-cerrado. Haque, su ideólogo y diseñador principal, destaca que el núcleo central de la cuestión de los datos radica no tanto en su carácter abierto sino en la titularidad (entitlement) no en el sentido restrictivo de propiedad sino en el de conjunto de capacidades que mantienen la agencia del titular de los datos digitales. De esta forma, los datos no deberían actuar bajo un régimen abierto-cerrado, sino bajo un régimen heterogéneo en el que el creador y propietario de datos y bases de datos mantiene la capacidad de elegir conscientemente las diferentes formas de acceso a sus datos en una multiplicidad de opciones. El mundo de los objetos conectados requiere explorar nuevos marcos, en especial para atender los desafíos sobre la privacidad. El proceso gradual de adopción de lo digital ha tenido como consecuencia cambios profundos pero inesperados e inauditos en la concepción social de la privacidad. Acostumbrados a aceptar las crípticas políticas de uso de datos de aplicaciones y servicios como Facebook, Google, Amazon, Uber, Change.org y otros, la vida en las redes sociales y, por extensión, en cualquier espacio digital, es un proceso dominado por la experiencia seamless con profundas implicaciones sobre el control de los datos personales. Su carácter sensible a nivel comercial pero también en cuanto a capacidad de establecer perfiles socio-demográficos, de control ciudadano o de vigilancia social acrecienta la carrera por disponer de datos personales digitales como el valor de intercambio fundamental en una red donde (casi) todo es aparentemente gratuito. El internet de las cosas, como siguiente evolución, no hará sino acrecentar esta condición a menos que podamos construir un nuevo modelo de relación con los datos personales basado en la transparencia, en el desvelamiento de las infraestructuras de datos que están detrás de los servicios que usamos y de los interfaces a los que nos sometemos de manera voluntaria o involuntaria.

Thingful
Una de estas formas de colaboración tiene que ver con la generación de nuevos servicios y la mejora de los ya existen apoyándose en la propia ciudadanía usuaria de los mismos y en las capacidades tecnológicas y el conocimiento local para orientarlos hacia las necesidades reales de la ciudadanía. Este conglomerado de instituciones, ciudadanía implicada y colectivos y empresas capaces de trabajar técnicamente junto a la Administración está siendo utilizado en muchas ciudades del mundo por diferentes grupos de agentes (desde organizaciones sociales a laboratorios de innovación pública) mediante distintas fórmulas (comunidades de práctica, hackathons, living labs, laboratorios cívicos,…) y se están demostrado exitosas para adaptar el funcionamiento de los servicios públicos a las nuevas demandas sociales a partir de tecnologías abiertas (hardware abierto, datos abiertos, redes abiertas y conocimiento abierto). Esto apunta a la emergencia de un nuevo campo de acción cívico, la innovación social digital (DSI, digital social innovation) , que daría unidad conceptual a este tipo de prácticas. Este campo incluye diferentes tipologías de activismo y movilización ciudadana, desde el movimiento maker y DIY proveniente del open software hasta los proyectos de inteligencia colectiva (crowdsourcing) y micro-financiación colectiva (crowdfunding), pasando por el propio movimiento del open data. Todos estos proyectos comparten una característica en común: la utilización de diferentes soportes digitales para renovar las prácticas de acción colectiva y la incidencia pública de las demandas, expectativas y necesidades sociales. Los usos más interesantes y productivos de la tecnología actual están sucediendo en manos de ciudadanos con equipos técnicos ya existentes, sean estos smartphones, placas de Arduino o Raspeberry Pi. Estos ejemplos ilustran la posibilidad de abrir nuevos canales para intervenir en nuestra realidad más cercana, para colaborar y también para traspasar los muros de lo que se puede y no se puede hacer. La participación en torno a comunidades y prácticas colaborativas, se va haciendo más sólida, o al menos dispone ahora de nuevas formas de organización. De la participación por representación a la participación con contribución. Menos quién eres y qué representas, y más qué puedes aportar. Menos obsesión por las soluciones/herramientas y más procesos/espacios de cooperación.

El punto de partida es reconocer que las mismas tecnologías sobre las que se construye el discurso anteriormente diseccionado son también las protagonistas de usos, prácticas e infraestructuras diferentes que optan a ser contra-hegemónicos. Los recursos técnicos básicos (sensores, conectividad, teléfonos inteligentes, datos digitales,…) están, de hecho, en manos de otros agentes alejados del régimen discursivo de la smart city y la construcción de la sociedad conectada no está en manos únicamente de las grandes compañías proponentes del imaginario hegemónico. Quizá por primera vez en mucho tiempo, las tecnologías protagonistas de la nueva fase de progreso técnico están relativamente democratizadas. Aun sujetas a fuertes contradicciones propias del cambio de modelo, a grandes esfuerzos en sentido contrario por los espacios de poder dominantes y a condiciones desiguales de acceso a las mismas, estas tecnologías están relativamente disponibles con un esfuerzo infinitamente menor que cualquier otra en el pasado reciente.
Signs from the near future
El concepto de apropiación de las herramientas sigue siendo clave en una nueva teoría de la acción colectiva basada en las tecnologías móviles y ofrece un panorama novedoso sobre cómo afrontar la construcción de procesos y dinámicas de interacción social desde el compromiso cívico y la acción comunitaria en las que lo digital juega el papel de canalizador de un proceso más complejo de activación de la participación social en los asuntos comunes de la ciudad. La web y todas las soluciones derivadas, en el despliegue social que con el que va configurándose, abre nuevas opciones para desarrollar herramientas de activismo y compromiso social que, sólo apenas unos años apenas podíamos imaginar. Ha abierto la posibilidad de diseñar instrumentos de relación social que nos hace más abiertos y colaborativos en entornos personalizables de participación. Sin embargo, esta idea de la Red como espacio de liberación de la participación ciudadana, a pesar de formar parte de las bases fundamentes de este imaginario, resulta polisémica y requiere de formulaciones más profundas que su simple mención, tal como suele hacerse en la SC.

Diferentes proyectos relacionados con problemáticas urbanas se han basado en este modelo (Change by us, Neighborland, Fix my Street, Open Plans,…), buscando la aportación colectiva de información, en especial a través de iniciativas de mapeado o simplemente utilizando aplicaciones móviles a través de las cuales los usuarios generan y comparten información. Sin embargo, el peligro reside en generar con ello esquemas de actuación en los que el ciudadano –el usuario de las aplicaciones o participante en los procesos basados en tecnologías móviles- tenga un papel excesivamente pasivo como mero recolector de información. Así, las iniciativas de ciencia ciudadana (Smart Citizen Kit, Air Quality Egg o todo el trabajo de Public Lab) o espacios como fablabs, maker spaces o laboratorios de innovación digital (Medialab Prado en Madrid o Laboratorio para la Ciudad en México D.F., por ejemplo) ofrecen una perspectiva más amplia de este tipo de ciudadanía digital activa.

La generalización de los dispositivos móviles ha hecho que la interacción con un espacio digital sea constante y diaria. Nuestra vida es un permanente camino de rastros digitales de la interacción con las dependencias públicas, con las máquinas canceladoras o cualquier otro punto de la esfera de objetos públicos conectados con los servicios y aplicaciones de nuestros dispositivos móviles, con las tarjetas bancarias, etc. Los ciudadanos somos un continuo de datos, meros generadores pasivos de información que va quedando por el camino del uso de las redes sociales. Mariposas revoloteando de un tema a otro, de una aplicación a otra, sin una dirección clara y perdidos en la confusión y a través de una sofisticada red de infraestructuras invisibles. Siguiendo este planteamiento, podemos vincular los dispositivos móviles en procesos de compromiso ciudadano real más allá del peligro de asignar al ciudadano un papel de mero recolector de información. Se trata de un punto clave para que las aplicaciones móviles que se puedan crear tengan un sentido urbano, en la medida en que las aplicaciones y servicios asociados a los urban media pueden tener diferentes impactos sobre la vida en la ciudad en función del concepto de ciudadanía, gobernanza o ensanchamiento democrático que pretenden promover con su uso.

Con estas consideraciones , las apps se convierten en una vía más para romper el modelo tradicional de intermediación institucional del ciudadano, que ahora amplía su capacidad para intervenir y hackear el gobierno para crear soluciones colectivas fuera de los circuitos tradicionales. Surge así, tenemos la posibilidad de dar una orientación ciudadana al discurso predominante del papel de la tecnología en la ciudad desde un sentido de apropiación ciudadana de las posibilidades tecnológicas digitales en el diseño de servicios y herramientas digitales, un cambio de perspectiva basado en tres pilares: la ciudad como plataforma para unos datos que deberían ser de "propiedad" colectiva, los medios digitales como instrumentos de acción colectiva, cocreación y auto-organización y la capacidad de sumar a más actores y públicos a los temas de interés público.

Jeff Hammerbacher, ex-empleado de Facebook, refiriéndose en general al mundo de internet de los social media, se lamentaba hace unos años: “The best minds of my generation are thinking about how to make people click ads”. Todo un lamento sobre la burbuja tecnológica que, al final, desvía gran parte del talento a intentar conseguir que hagamos click en la publicidad digital de cualquier tipo y por cualquier vía. De la misma manera, el interés por desarrollar aplicaciones digitales para intervenir en problemas cívicos o comunitarios puede hacer que nos centremos en crear aplicaciones y que el modelo de participación social que promuevan se base en usuarios haciendo click, usuarios alimentando pasivamente aplicaciones con los datos que suben en forma de “me gusta”, “denuncio”, etc. en lugar de promover un modelo de compromiso activo más allá del click en el que las apps formen parte de estrategias de participación creadoras de vínculos más estables. Slacktivismo o clicktivismo aparecen así como horizontes de aparente movilización gracias a la red que, sin embargo, podrían promover formas despolitizadas de intervención en los asuntos públicos.

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