El mito de la deseabilidad intrínseca se manifiesta principalmente en el internet de las cosas, ese escenario en el que las cosas hablarán entre ellas, también a veces con nosotros, y facilitarán nuestras vidas a través de automatismos para las rutinas, los pequeños actos de conveniencia y las tareas más cotidianas. La casa conectada, la calle conectada, la farola conectada, el reloj conectado, la almohada conectada, el bebé conectado, la sartén conectada, el coche conectado,....
Allison Arieff publicaba hace unos días un artículo, The Internet of Way Too Many Things, alertando sobre la necesidad de preguntarnos cuánto es suficiente, qué objetos de ese internet de las cosas realmente necesitamos conectar, qué pretenden sustituir y a qué precio. Quién lo pagará y quién extraerá el valor de objetos que, vía la magia de la conectividad que incorporan, multiplican su precio frente a opciones analógicas. Entre otras cosas, señala:
El artículo me lleva a recordar el proyecto The Internet of Useless Things, que suelo utilizar en mis charlas. Se trata de una especulación sobre la inutilidad de la carrera por dotar de conectividad y capacidad sensible a cualquier objeto o servicio. Dispositivos instalados en una ventana para darte una lectura del nivel de luz exterior (¿no teníamos ojos para esos y no inventamos hace siglos las ventanas para hacerlo por nosotros mismos?), dispositivos para gamificar (esa cosa tan horrible) las visitas al baño, la cuchara conectada para ayudarte a adelgazar (este es muy bueno) o, el que más me gusta, un anillo conectado a tu flujo sanguíneo para avisar a familiares y amigos cuando te mueras.
Tanto el artículo como el proyecto nos indican cómo la carrera por la conectividad y la ubicuidad nos pueden llevar a la estupidez y la inutilidad de rodearnos de objetos deshumanizadores pero bendecidos por la pátina de sofisticación y modernidad. Que se pueda conectar no quiere decir necesariamente que sea deseable.
Bonus tracks:
Vía Buttered Side Up |
The move toward the Smart City — programs ranging from 311 to Comstat and sensor-enabled trash collection — is very much about using data to improve efficiency, reduce costs and make better use of resources. This has not carried over to the realm of the Smart Home; instead, the tendency has been to throw excess technological capability at every possible gadget without giving any thought to whether it’s really necessary.
El artículo me lleva a recordar el proyecto The Internet of Useless Things, que suelo utilizar en mis charlas. Se trata de una especulación sobre la inutilidad de la carrera por dotar de conectividad y capacidad sensible a cualquier objeto o servicio. Dispositivos instalados en una ventana para darte una lectura del nivel de luz exterior (¿no teníamos ojos para esos y no inventamos hace siglos las ventanas para hacerlo por nosotros mismos?), dispositivos para gamificar (esa cosa tan horrible) las visitas al baño, la cuchara conectada para ayudarte a adelgazar (este es muy bueno) o, el que más me gusta, un anillo conectado a tu flujo sanguíneo para avisar a familiares y amigos cuando te mueras.
Tanto el artículo como el proyecto nos indican cómo la carrera por la conectividad y la ubicuidad nos pueden llevar a la estupidez y la inutilidad de rodearnos de objetos deshumanizadores pero bendecidos por la pátina de sofisticación y modernidad. Que se pueda conectar no quiere decir necesariamente que sea deseable.
Bonus tracks:
- IoT design manifesto 1.0
- En un nivel más humorístico pero también especulativo, el cineasta Jacques Tati en películas como Mon oncle (Mi tío), de 1958, ya ofreció su parodia del modernismo (de la casa mecánica, por ejemplo) y, en general, de las formas de automatización de actos y objetos cotidianos que ahora estamos viviendo.
Las lámparas inteligentes son una excelente adición para cualquier hogar, ya que permiten controlar la iluminación de manera fácil y conveniente a través de aplicaciones móviles. Además, ofrecen opciones de personalización y ahorro energético. ¡Una forma inteligente de iluminar tu vida!
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