martes, 21 de octubre de 2014

El mito de la eficiencia operativa en la smart city (PhD brief notes #6)

Uno de los argumentos más repetidos en la retórica de las smart cities es de la capacidad de aportar una base tecnológica sobre la que sustentar la operativa de los gobiernos locales en la gestión pública de los diferentes servicios públicos que tienen presencia en la ciudad. Es aquí donde cobran sentido los renders a vista de pájaro que dominan el paisaje de presentaciones en congresos, catálogos comerciales y propuestas estratégicas: la promesa de una interconexión perfecta de todos los servicios, normalmente con la aspiración de contar con un elemento aglutinador que suele tomar el nombre de sistema operativo urbano y la forma de un centro de mandos. En este sentido, el Intelligent Operations Center de Río de Janeiro y desarrollado por IBM se ha convertido en el ejemplo de referencia sobre la aspiración de contar con un sistema centralizado, jerarquizado y automatizado de mando y control de una ciudad inteligente como epítome final de la optimización máxima de los flujos de información y la toma de decisiones en una ciudad como traslación directa de los modos de pensar y gestionar de la cultura empresarial, tal como señala Greenfield (2013):
“The emphasis placed on “optimization” in these accounts is a frank instance of semantic contamination, in which an idea endemic to the culture of business administration has effectively been copy-and-pasted into a realm where it has no place and makes no sense. (...). but the blithe language of efficiency masks some sloppy thinking. What may be perfectly appropriate in a hierarchical, highly structures organization with known, quantifiable goals is fundamentally unsuitable to the protean entities we know as cities”.
Se trata de un proyecto tentador. A modo de panóptico del siglo XXI, la ciudad se convierte es un gran escenario donde, a través de la gestión del big data generado en el océano de datos que se producen en una ciudad, el gestor público cuenta con información suficiente y relevante para controlar el estado de las diferentes áreas de la ciudad, acompasar el despliegue de los servicios a las necesidades en tiempo real, verificar umbrales, alertas y avisos, etc. Con ello, la gestión de la ciudad tenderá al óptimo de gasto e inversión, ahorrando costes y haciendo más eficiente la gestión urbana.
Esta lógica descansa en una irresuelta indefinición del régimen discursivo de la smart city. Mientras que, por un lado, pretende ofrecer una visión integral de la ciudad como sistema complejo que sostiene una comunidad de habitantes (en el mejor de los casos), por otro lado en su vertiente más propositiva (esto es, en el detalle de los productos y servicios asociados al mercado de la smart city) el discurso torna a dirigirse exclusivamente a los potenciales clientes compradores de esos productos y servicios o, en su defecto, a los gestores y operadores de los sistemas inteligentes. Esta dicotomía produce que, de hecho, la confusión entre el concepto “”ciudad” y el concepto “ayuntamiento” sea permanente y, en último término, esconda una lógica basada en dirigir los objetivos de la smart city –en este caso, la optimización- a los gestores públicos de la ciudad, resultando así escasamente significativa para la ciudadanía:
“While this approach perpetuates 20th Century strategies that gave birth to cities such as Chandigarh and Brasilia, the critiques of tabula-rasa urbanism do not need repeating here. We’ve long known urban life is not circumscribed by instrumental concerns for optimisation and efficiency. More problematic is how this approach promotes a technocratic view of the city and urban development, the corporatisation of civic governance, and the dependence on proprietary software, systems and services that leads to a form of municipal technological lock-in”. (Shepard y Simeti 2013)


El objetivo por tanto es convertir, a hombros de la ciencia de la gestión empresarial, la maquinaria pública en un sistema de máxima optimización operativa, de manera que todos los esfuerzos de la política municipal quedan circunscritos a la eficiencia en el gasto, la inversión y el consumo de recursos. Como refleja Greenfield (2013), “The smart city iss clearly underrstood to reside in an ensemble of technologies at a scale that can only be acquired and deployed by state actors, and that requieeres expenditure at a level generally financed by bond issue”. Esto hace que la apelación más directa en la narrativa de la smart city se dirija a alcaldes, líderes municipales, gestores de empresas públicas y altos funcionarios que, no sorprendentemente, es el círculo de interesados por la smart city que ha sido más activo y se ha sentido más interpelado. De manera más que anecdótica, la ciudadanía, la comunidad o los actores sociales aparecen, en el mejor de los casos, en el último lugar de la lista de “stakeholders” o agentes interesados a los que se dirigen los documentos comerciales de las empresas del sector de la smart city, reflejando el desinterés por este tipo de agentes, la incomodidad por tener que incluirlos aunque no sean potenciales compradores (en el mejor de los casos, su papel será reducido al de usuarios pasivos o beneficiarios indeterminados) o directamente por la incapacidad o desconocimiento para ofrecerles un relato cercano. Siguiendo de nuevo a Greenfield (2013):
“(…) we´d conclude that urban technology is exclusively a matter of enterprise-scale systems, sold by vendors of similar gauge, to institutions they are familiar with, through existing procurement channels”.
¿Cuáles son las debilidades de esta lógica? Por un lado, si la plasmación real de una smart city es contar con centro de operaciones, estamos ante una propuesta altamente burocrática y jerarquizada, formalizada finalmente en un cuarto de máquinas desde el que dirigir la actividad institucional y reduciendo el sentido amplio de la inteligencia urbana a una serie de indicadores y pantallas de información cuyo destinatario último es el poder político. Por otro lado, a pesar de apelar a la eficiencia en la prestación de servicios, resulta un proyecto altamente costoso, inasumible para la mayor parte de los municipios que puedan interesarse por lo que les pueda ofrecer la smart city. Y, en último lugar, ofrece una imagen reduccionista de la labor de gestión urbana otorgando a los indicadores –ahora filtrados a través de modelos de gestión del big data y desplegados en tiempo real- una relevancia que arrincona otros factores intangibles y cualitativos que tienen que ver con las decisiones públicas. O en palabras de Dan Hill en Essay: On the smart city; Or, a 'manifesto' for smart citizens instead:
"The city is its people. We don’t make cities in order to make buildings and infrastructure. We make cities in order to come together, to create wealth, culture, more people. As social animals, we create the city to be with other people, to work, live, play. Buildings, vehicles and infrastructure are mere enablers, not drivers. They are a side-effect, a by-product, of people and culture. Of choosing the city. (…)The smart city vision, however, is focused on these second order outcomes, and often with one overriding motivation: efficiency".
Abundando en el papel sustancial de la ineficiencia como realidad cotidiana de la vida en la ciudad, Greenfield (2013) apunta que “(…) the relentless focus on abstract efficiency is ttroubling in a different way as well. Positioning efficiency as the only index of value availaable to us overlooks tthe many simple pleasures affordded by city life that would be uttterly unimproved by any opttimization, and might well be ddestroyed in the atttempt”.

Frente a esta posición, una nueva ciencia de las ciudades, como suma de las predicciones cuantitativas del big data, las auto-denominadas tecnologías inteligentes o el Internet de las Cosas, asegura que todo va a ser predecible y todos los rincones de la ciudad serán examinados en el marco de una compleja red de sensores y dispositivos de cualquier tipo. Supuestamente, unas leyes ocultas de la ciudad organizan la vida colectiva y hoy somos capaces de descifrarlas a través de nuevas técnicas cuantitativas que nos ofrecen un conocimiento neutro y verificable, indiscutible, ideológicamente inofensivo y abstracto. Ante este escenario, el único reto es conseguir desde el gobierno de la ciudad una eficiencia perfecta en la forma en que gestiona sus recursos atendiendo a cálculos fríos, algoritmos predefinidos, quedando delimitada la labor de los gobiernos locales a una labor mecánica, burocrática y gerencial.

El paradigma Datos>Información>Conocimiento>Sabiduría (Haque 2012:141) se transforma en verdad irrefutable y la mistificación de la generación y acumulación de datos se convierte en objetivo primordial bajo la promesa de que, posteriormente, esos datos serán tratados a través de técnicas de big data para ofrecer un conocimiento perfecto a los gestores urbanos. Este paradigma o relación lógica entre datos digitales y sabiduría para la toma de decisiones públicas adolece de diferentes problemas conceptuales que ninguno de los proponentes de las smart cities parece querer evidenciar. La puridad de los datos se transmite en esa lógica como característica subyacente en un contexto, el de la gestión urbana, en el que esta puridad es una entelequia bajo los supuestos de racionalidad, lógica e imparcialidad (Haque 2012:141).

Monitorizar, optimizar, planear o maximizar suelen ser verbos presentes en gran parte de las definiciones y relatos sobre la smart city. ¿A eso se reduce el papel de un gobierno local? En realidad, el uso de este tipo de verbos denota una confusión altamente extendida como es el uso del término “city” para referirse exclusivamente al gobierno municipal, una reducción que obviamente implica unas determinadas preocupaciones –como veíamos anteriormente, la priorización de la eficiencia de los servicios públicos- y una determinada concepción de los proyectos de ciudad inteligente, centrados en la esfera institucional. De esta manera, la complejidad de lo que acontece en la ciudad queda fuera de la preocupación de las estrategias que parten de una visión institucional y a vista de pájaro. Cuando la ciudad se ve desde arriba, a vista de pájaro, tal como suele presentarse en las miméticas presentaciones que se suelen hacer sobre el tema – fabulosos renders asépticos de ciudades ideales-, vemos sólo una escala en la que lo más fácil de percibir son las infraestructuras. Y cuando ves infraestructuras, aspirar a automatizar su control y gestión es la primera tentación razonable, pero la ciudad es mucho más que eso. Así, la escala, el punto de vista, determina qué ves y cómo lo ves. Es al bajar la escala hasta el nivel de la calle cuando podemos descubrir otras cosas que la visión anterior nos escondía.

Este es, en parte, el origen de la gran confusión que existe cuando se emplea el paradigma de las smart cities: dos posiciones divergentes sobre el punto de vista que no es puramente estética o semántica, sino que implica diferentes concepciones del hecho urbano, las necesidades a las que responder y las herramientas a desarrollar. Ambas son necesarias, pero creo que es conveniente descifrar bien desde qué punto de vista se está hablando para no perderse en el totum revolutum. Y comprender bien lo que significa la ciudad. Al tomar la dimensión “ciudad” -como referencia macro a vista de pájaro- como marco se corre el riesgo de perder la idea de ciudadanía, de política, de conflicto, de espacio público, etc, elementos permanentes de la vida colectiva que seguirán estando presentes más allá de los avances tecnológicos. Esto queda oculto tras las imágenes futuristas, los rascacielos, el asfalto, la forma urbana, la red viaria o la red de distribución eléctrica, los ámbitos que es más fácil encontrar desde una perspectiva macro y top-down del análisis sobre el papel de las tecnologías urbanas.

De esta manera, todas las tecnologías que desde la década de los 80 del siglo pasado han sido desarrolladas alrededor del concepto de “urban computing (Greenfield y Shepard 2007) parecen querer ser dispuestas por los proponentes de las smart cities al servicio de la eficiencia como objetivo último de las políticas públicas urbanas. El deseo de control de toda la información generada en una ciudad desde diferentes dispositivos, sistemas e infraestructuras persigue el propósito de producir eficiencia (Hill 2012:129) en objetivos de segundo nivel (energía, edificación, movilidad,…). Sin embargo,
There is much more to urban life than efficiency. In fact, many of its primary drivers –culture, commerce, community, conviviality- are intrinsically inefficient, or at least tangential to the idea of efficiency” (Hill 2012:129).
En la construcción de la idea de eficiencia juega también un papel fundamental la idea consecuente de control como aspiración. El control, definido en términos abstractos pro insertado como eje fundamental del imaginario de la smart city, actúa como un catalizador de la optimización del funcionamiento de la ciudad, ya que dicha optimización requeriría de fuertes capacidades de control –a través del procesamiento neutral de información pero, como apuntaremos más adelante, con un importante trasfondo ideológico- para habilitar en la toma de decisiones un mecanismo de superación de incongruencias, comportamientos sorpresivos, inadecuados o no permitidos, etc. De esta forma, tal como apunta Greenfield (2013), en relación a este tipo de hechos imprevistos que la eficiencia necesita reducir al máximo,
“Most importantly of all, they are an articulation of a given community´s demand for control oveer the terms of its own existence. Any atttempt to suppress this class of behavior in the name off optimal functioning, then, is not merely a clear arogation of a citizenry´s right to self-expression, but also deprives the city itself of one of the most important feedback machanisms”.
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GREENFIELD, Adam (2013) Against the smart city, Do Projects, Nueva York
SHEPARD, Mark y Antonina SIMETI (2013) “What´s so smart about the smart citizen”, en HEMMENT, Drew y Anthony TOWNSEND (2013), Smart citizens, Future Everything, Manchester
HAQUE, Usman (2012) “What is a city that it would be smart?”, en City in a box Volume 34
GREENFIELD, Adam y Mark SHEPARD (2007) Urban computing and its discontents, situated Technologies Pamphets 1, The Architectural League of New York, New York
HILL, Dan (2012)”The city that smart citizens built”, en City in a box Volume 34

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Tras la primera presentación que hice de la estructura de la tesis (The myths behind the smart city technological imaginary (PhD brief notes #1)), a partir de ahora iré publicando algunos retazos del texto, que va avanzando. En algunos casos serán notas bastante desestructuradas o incluso una sucesión de citas, pero igual sirven como guía para entender cómo va evolucionado los temas que voy trabajando, qué referencias nuevas van apareciendo, etc. 

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