Alex Fernández Muerza lleva años haciendo un gran trabajo de divulgación científica en el canal de medio ambiente de Eroski Consumer. Hace unos días me pidió mi opinión sobre la sostenibilidad de las ciudades en España a raíz de la publicación del informe 25 ciudades españolas sostenibles. Se trata de un estudio que tuvo una amplia repercusión. Ya se sabe que los rankings quedan muy bien en los titulares de los periódicos. Sin embargo, en pocas semanas la web donde se alojaba el documento y el contexto del trabajo ha desparecido, aunque aún se puede encontrar información en el blog Ciudades del Futuro de Siemens (entidad patrocinadora de la investigación) e incluso al documento se puede descargar en algún sitio.
El articulo ¿Son sostenibles las ciudades de España? reúne la opinión de diferentes personas a las que Alex nos pidió nuestro punto de vista sobre los resultados que ha ofrecido este informe y cuáles son los retos de la sostenibilidad para las ciudades españolas (y habrá un segundo artículo centrado en propuestas). Alex ha recogido bien los puntos más importantes de lo que le transmití, pero aprovecho para dejar el texto completo:
¿Qué opinas sobre el estudio 25 ciudades españolas sostenibles que publicó Siemens-KPMG en el que señalaba a Madrid como la ciudad más sostenible de España?
En mi opinión, los rankings de ciudades –en general, todos los rankings que actualmente están tan en boga, como los de universidades- hay que tomarlos con mucha precaución. Los rankings de ciudades se han convertido muchas veces en un instrumento de relaciones públicas, tanto si son promovidos por ciudades particulares como por empresas concretas, más que de análisis realista. Sin querer restar valor al trabajo de recopilación estadística en los que muchas veces se basan, en la metodología está la trampa. Los rankings, que al final tratan de llegar a un índice global que integra diferentes variables, no son nunca una evaluación aséptica porque siempre van a tener sesgos en la selección de los indicadores, en la elección de las ciudades a estudiar, en la ponderación de cada una de las variables, en la disponibilidad de datos, etc. Por otro lado, las ciudades son entornos mucho más complejos que la suma de sus partes y el funcionamiento real de una ciudad escapa de los límites administrativos a los que remiten necesariamente las bases estadísticas, por lo que los rankings no son más que una imagen muy selectiva.
Todo esto es aplicable al caso del estudio recientemente presentado que, por otro lado, señala conclusiones sorprendentes, casi contra-intuitivas. Tomando como base 25 indicadores – 18 cuantitativos y 7 cualitativos- concluye en 7 índices sectoriales y un global que es el que finalmente acaba teniendo más impacto mediático y, sin embargo, por lo que decía anteriormente es el menos relevante. De hecho, el trabajo en sí tiene más interés por el análisis de cada una de las ciudades, pero entiendo que estos son matices que no caben en un titular.
En definitiva, en mi opinión, lo que menos valor tiene es la propia clasificación. Tiene un valor meramente comunicativo y, sobre todo, arrastra sesgos siempre presentes en estos trabajos.
¿Son sostenibles las ciudades españolas? ¿Por qué?
Necesariamente, no. Las ciudades por definición son insostenibles. La sostenibilidad es más un proceso para repensar la forma en la que hemos organizado la producción, el consumo, la extracción de materiales, los residuos y las emisiones, etc. Las ciudades españolas, por comparación frente al modelo norteamericano, por ejemplo, han tenido siempre una gran ventaja al igual que el resto de ciudades europeas: la existencia de centros históricos relativamente densos y de usos mixtos, que han permitido una buena eficiencia –de nuevo, por comparación- en la organización del transporte y en el uso del territorio. Son embargo, como bien han destacado diferentes estudios y especialmente el Observatorio de la Sostenibilidad en España, las dos últimas décadas han supuesto un cambio fundamental en la expansión territorial. De esta forma, en la misma época en la que nacían diferentes iniciativas hacia la sostenibilidad local y se multiplicaba el compromiso público de muchas ciudades por perseguir la sostenibilidad, dos de los drivers más importantes de la sostenibilidad como el transporte y la movilidad y el modelo territorial han cambiado de manera fundamental creando patrones de impacto ambiental que son muy difíciles de revertir salvo con actuaciones coordinadas, integradas y mucho más valientes.
¿Cuáles son las ciudades que más esfuerzos están haciendo para ser sostenibles? ¿Y cuáles son las que más esfuerzos deberían hacer?
En mi opinión, el reconocimiento de Vitoria-Gasteiz como European Green Capital 2012 es completamente justificado. La capital vasca fue pionera en su momento en desarrollar políticas activas de sostenibilidad de una manera amplia y esta trayectoria consolidada le ha permitido crear una conciencia social muy fuerte y un consenso político sobre la centralidad de estas preocupaciones en la política local más allá de las disputas partidistas. Más allá de este ejemplo, otras ciudades han sido capaces de desarrollar apuestas concretas en diferentes temáticas ambientales. Muchas ciudades han tomado el cambio climático como objetivo y están tratando de reconvertir en la medida de las posibilidades del poder local, sus modelos de consumo energético. Otras, como Zaragoza, por ejemplo, apostaron en su momento por una gestión integral del agua y se han convertido en referencia.
¿Qué debería hacer una ciudad para ser auténticamente sostenible?
El consumo de territorio y la forma urbana es un elemento crítico porque determina durante décadas la forma en la que la ciudad se va a mover, las necesidades de dotación de infraestructuras públicas (equipamientos públicos, red eléctrica, red de saneamiento, etc.) y la integración social de la ciudad. Las circunstancias actuales son más estructurales que coyunturales. En las últimas décadas hemos asistido a una expansión en las afueras de las ciudades que es parte de la explicación de cómo estamos ahora mismo. Todas esas ruinas fantasmales del ladrillazo inmobiliario y todos los desarrollos industriales y residenciales serán un legado para las siguientes generaciones. Así que necesitamos como gran prioridad un urbanismo no expansivo.
A partir de ahí, cualquier ciudad que se plantee en serio su modelo territorial encontrará muchas formas de transformar la ciudad con actuaciones que ya no hace falta que sean testadas porque están suficientemente comprobadas por otras ciudades que han sido pioneras en cuestiones de movilidad (equilibrio entre modos de transporte, peatonalización, calmado del tráfico, promoción del transporte público,…), biodiversidad (reservas urbanas, parques periurbanos,…), eficiencia energética y energías renovables, minimización de residuos, etc.
¿Qué pueden hacer los ciudadanos/consumidores para que su ciudad sea lo más sostenible posible?
Según el día, a veces soy muy pesimista respecto a la capacidad real de la ciudadanía. Es evidente que gran parte de los impactos ambientales tienen como driver el modelo de consumo, pero en muchos de ellos el eslabón final, el consumidor final, es el eslabón más débil porque la suma de acciones individuales (decidir no comprar productos sobre empaquetados en el supermercado o reducir los desplazamientos innecesarios en vehículo privado, por ejemplo) crea cambios muy pequeños en comparación con otras dinámicas que, en ese mismo momento pueden estar creando impactos mucho mayores. La responsabilidad personal es, hasta cierto punto, una forma de diluir la responsabilidad mucho mayor de la forma en la que se diseñan las políticas energéticas. No podemos comparar el valor agregado de tantos actos voluntarios de hacer un uso responsable de la electricidad en casa con la transformación total que supondría un modelo energético realmente favorecedor del mix energético y del autoconsumo y que realmente reflejara en sus tarifas y sistema fiscal un efecto incentivador de la eficiencia y el ahorro. Esto mismo sucede con otros patrones como el transporte, por ejemplo.
Esta postura puede llevar a la inacción individual, evidentemente y no es mi objetivo, pero sí creo que la sostenibilidad es un tema suficientemente complejo como para que merezca la pena entenderlo de forma amplia y que la sociedad entienda qué parte es responsabilidad y compromiso voluntario personal y qué parte responde a condiciones estructurales y a decisiones de diseño normativo e institucional que son las que, en último término, condicionan la pequeña (pero siempre necesaria) acción individual.
El articulo ¿Son sostenibles las ciudades de España? reúne la opinión de diferentes personas a las que Alex nos pidió nuestro punto de vista sobre los resultados que ha ofrecido este informe y cuáles son los retos de la sostenibilidad para las ciudades españolas (y habrá un segundo artículo centrado en propuestas). Alex ha recogido bien los puntos más importantes de lo que le transmití, pero aprovecho para dejar el texto completo:
¿Qué opinas sobre el estudio 25 ciudades españolas sostenibles que publicó Siemens-KPMG en el que señalaba a Madrid como la ciudad más sostenible de España?
En mi opinión, los rankings de ciudades –en general, todos los rankings que actualmente están tan en boga, como los de universidades- hay que tomarlos con mucha precaución. Los rankings de ciudades se han convertido muchas veces en un instrumento de relaciones públicas, tanto si son promovidos por ciudades particulares como por empresas concretas, más que de análisis realista. Sin querer restar valor al trabajo de recopilación estadística en los que muchas veces se basan, en la metodología está la trampa. Los rankings, que al final tratan de llegar a un índice global que integra diferentes variables, no son nunca una evaluación aséptica porque siempre van a tener sesgos en la selección de los indicadores, en la elección de las ciudades a estudiar, en la ponderación de cada una de las variables, en la disponibilidad de datos, etc. Por otro lado, las ciudades son entornos mucho más complejos que la suma de sus partes y el funcionamiento real de una ciudad escapa de los límites administrativos a los que remiten necesariamente las bases estadísticas, por lo que los rankings no son más que una imagen muy selectiva.
Todo esto es aplicable al caso del estudio recientemente presentado que, por otro lado, señala conclusiones sorprendentes, casi contra-intuitivas. Tomando como base 25 indicadores – 18 cuantitativos y 7 cualitativos- concluye en 7 índices sectoriales y un global que es el que finalmente acaba teniendo más impacto mediático y, sin embargo, por lo que decía anteriormente es el menos relevante. De hecho, el trabajo en sí tiene más interés por el análisis de cada una de las ciudades, pero entiendo que estos son matices que no caben en un titular.
En definitiva, en mi opinión, lo que menos valor tiene es la propia clasificación. Tiene un valor meramente comunicativo y, sobre todo, arrastra sesgos siempre presentes en estos trabajos.
¿Son sostenibles las ciudades españolas? ¿Por qué?
Necesariamente, no. Las ciudades por definición son insostenibles. La sostenibilidad es más un proceso para repensar la forma en la que hemos organizado la producción, el consumo, la extracción de materiales, los residuos y las emisiones, etc. Las ciudades españolas, por comparación frente al modelo norteamericano, por ejemplo, han tenido siempre una gran ventaja al igual que el resto de ciudades europeas: la existencia de centros históricos relativamente densos y de usos mixtos, que han permitido una buena eficiencia –de nuevo, por comparación- en la organización del transporte y en el uso del territorio. Son embargo, como bien han destacado diferentes estudios y especialmente el Observatorio de la Sostenibilidad en España, las dos últimas décadas han supuesto un cambio fundamental en la expansión territorial. De esta forma, en la misma época en la que nacían diferentes iniciativas hacia la sostenibilidad local y se multiplicaba el compromiso público de muchas ciudades por perseguir la sostenibilidad, dos de los drivers más importantes de la sostenibilidad como el transporte y la movilidad y el modelo territorial han cambiado de manera fundamental creando patrones de impacto ambiental que son muy difíciles de revertir salvo con actuaciones coordinadas, integradas y mucho más valientes.
¿Cuáles son las ciudades que más esfuerzos están haciendo para ser sostenibles? ¿Y cuáles son las que más esfuerzos deberían hacer?
En mi opinión, el reconocimiento de Vitoria-Gasteiz como European Green Capital 2012 es completamente justificado. La capital vasca fue pionera en su momento en desarrollar políticas activas de sostenibilidad de una manera amplia y esta trayectoria consolidada le ha permitido crear una conciencia social muy fuerte y un consenso político sobre la centralidad de estas preocupaciones en la política local más allá de las disputas partidistas. Más allá de este ejemplo, otras ciudades han sido capaces de desarrollar apuestas concretas en diferentes temáticas ambientales. Muchas ciudades han tomado el cambio climático como objetivo y están tratando de reconvertir en la medida de las posibilidades del poder local, sus modelos de consumo energético. Otras, como Zaragoza, por ejemplo, apostaron en su momento por una gestión integral del agua y se han convertido en referencia.
¿Qué debería hacer una ciudad para ser auténticamente sostenible?
El consumo de territorio y la forma urbana es un elemento crítico porque determina durante décadas la forma en la que la ciudad se va a mover, las necesidades de dotación de infraestructuras públicas (equipamientos públicos, red eléctrica, red de saneamiento, etc.) y la integración social de la ciudad. Las circunstancias actuales son más estructurales que coyunturales. En las últimas décadas hemos asistido a una expansión en las afueras de las ciudades que es parte de la explicación de cómo estamos ahora mismo. Todas esas ruinas fantasmales del ladrillazo inmobiliario y todos los desarrollos industriales y residenciales serán un legado para las siguientes generaciones. Así que necesitamos como gran prioridad un urbanismo no expansivo.
A partir de ahí, cualquier ciudad que se plantee en serio su modelo territorial encontrará muchas formas de transformar la ciudad con actuaciones que ya no hace falta que sean testadas porque están suficientemente comprobadas por otras ciudades que han sido pioneras en cuestiones de movilidad (equilibrio entre modos de transporte, peatonalización, calmado del tráfico, promoción del transporte público,…), biodiversidad (reservas urbanas, parques periurbanos,…), eficiencia energética y energías renovables, minimización de residuos, etc.
¿Qué pueden hacer los ciudadanos/consumidores para que su ciudad sea lo más sostenible posible?
Según el día, a veces soy muy pesimista respecto a la capacidad real de la ciudadanía. Es evidente que gran parte de los impactos ambientales tienen como driver el modelo de consumo, pero en muchos de ellos el eslabón final, el consumidor final, es el eslabón más débil porque la suma de acciones individuales (decidir no comprar productos sobre empaquetados en el supermercado o reducir los desplazamientos innecesarios en vehículo privado, por ejemplo) crea cambios muy pequeños en comparación con otras dinámicas que, en ese mismo momento pueden estar creando impactos mucho mayores. La responsabilidad personal es, hasta cierto punto, una forma de diluir la responsabilidad mucho mayor de la forma en la que se diseñan las políticas energéticas. No podemos comparar el valor agregado de tantos actos voluntarios de hacer un uso responsable de la electricidad en casa con la transformación total que supondría un modelo energético realmente favorecedor del mix energético y del autoconsumo y que realmente reflejara en sus tarifas y sistema fiscal un efecto incentivador de la eficiencia y el ahorro. Esto mismo sucede con otros patrones como el transporte, por ejemplo.
Esta postura puede llevar a la inacción individual, evidentemente y no es mi objetivo, pero sí creo que la sostenibilidad es un tema suficientemente complejo como para que merezca la pena entenderlo de forma amplia y que la sociedad entienda qué parte es responsabilidad y compromiso voluntario personal y qué parte responde a condiciones estructurales y a decisiones de diseño normativo e institucional que son las que, en último término, condicionan la pequeña (pero siempre necesaria) acción individual.
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