En las esquinas de Internet los viejunos nos convertimos en carcas que no saben evolucionar. Incapaces de aceptar el cambio nos reconcomemos presos de una picazón que no para. Miramos nuestros posts y vemos en ellos un anacronismo, un objeto de culto que adquiere condición museística. Empezamos a ser una especie de patrimonio que conviene proteger por chocho y fuera de lugar. La marea incontinente de las redes sociales en Internet se nos lleva por delante.
Una corriente de información al instante, de trending topics nuevos que sepultan al anterior. Ya no leemos, sólo hacemos click. Ya no escribimos, sólo hacemos click y retuiteamos. Ya no enlazamos. Enlazar era la salvación porque permitía construir estructuras un poco más complejas de información relacionada, pero ya pasó. Enlazar era la forma de decir discretamente "esto es lo que pienso, pero estos otros lo han explicado mucho mejor". Enlazar era participar de una conversación más o menos organizada. Enlazar era ejercitar la capacidad de dar contexto a las cosas. Enlazar era una forma de buscar referencias antes de escribir obviedades. Enlazar era una forma de darle historia a un relato. Enlazar era una forma de decir "me acuerdo de aquello que escribiste". Enlazar era una forma de memoria. Cada vez se enlaza menos porque ya no hay tiempo para detenerse a pensar y enlazar a quien ya ha escrito cosas más interesantes o más útiles. Enlazar es de otra época. No hay conversación, sólo un galopante timeline de información fragmentada y los relatos coherentes no tienen sentido.Y, sin embargo, millones de enlaces recorren el mundo en forma de me gusta y de retuiteos o de check-ins en no sé dónde. Enlazar es una forma de vivir, ya no es una forma de escribir. Para bien y para mal.
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