Estas transformaciones son la clave para entender por qué tenemos que repensar el modelo urbano dominante. La cuestión es hacia dónde avanzar, cuál es el nuevo modelo urbano a seguir. Un desarrollo urbano sostenible pasa por algunos criterios de referencia. Por un lado, es necesario que las políticas de competitividad económica local se integren a largo plazo y se orienten a una visión sistémica de las ciudades, poniendo la cohesión social y el derecho a la ciudad como objetivos irrenunciables, junto con la promoción de un modelo económico e industrial respetoso con el medio ambiente y que no haga depender el progreso económico del aumento del consumo de recursos. Por otro lado, hace falta repensar las ciudades en cuanto a su escala y estructura, porque ambos factores condicionan ampliamente las presiones sobre el medio ambiente y la calidad de vida que ejercen la edificación, el urbanismo o el transporte y la movilidad urbanas. Este último elemento es de particular significación. Hemos asistido en las dos últimas décadas a un proceso de extensión de las formas de urbanización dispersa que significan el principal patrón de insostenibilidad de las ciudades que hoy hemos heredado. Este es un patrón que ha modificado, como decíamos, tanto la escala como la estructura de nuestras ciudades, transformando su funcionamiento. Y, la ciudad entendida en términos metabólicos, funciona como un organismo altamente demandante de recursos y generador de residuos.
De forma general, una ciudad más sostenible en términos ambientales ha de ser capaz de reducir el consumo de energía y de materias primas de las actividades típicamente urbanas (transporte, edificación), integrar el respeto al entorno natural y la presencia de biodiversidad dentro de la propia ciudad, minimizar la demanda de transporte, reconducir las políticas expansivas de consumo de suelo, asegurar una salud urbana que elimine al máximo los efectos perjudiciales para la salud del funcionamiento urbano y, en último lugar, organizar de forma adecuada los flujos de materiales con su entorno. Una ciudad cuyo diseño y funcionamiento esté pensado para las personas que la habitan.
Siguiendo estas pautas generales, en los últimos tiempos las ecociudades han aparecido como promesa para traer la sostenibilidad urbana. Se plantean como proyectos integrales de construcción de espacios utópicos de desarrollo de nuevos entornos habitables que cumplen al máximo con los requerimientos de reducción de emisiones de CO2 (zero emissions), de residuos (zero waste), etc. Encierran una visión optimista (se puede construir desde sus bases una estructura urbana capaz de ser sostenible por sí misma y de mantener un equilibrio sistémico en su funcionamiento ecológico) pero también una visión pesimista (es imposible conseguirlo en la ciudad ya construida y no merece la pena dedicar esfuerzos a resolver la insostenibilidad del modelo urbano actual).
Se trata de un debate es urgente; primero, porque las grúas se han parado y los cantos de sirena del cambio de modelo productivo hablan de sostenibilidad y la tentación puede ser aspirar a crear nueva actividad en el sector de la construcción promoviendo desarrollos en forma de ecociudades ex novo. Y, en segundo lugar, porque lo absolutamente urgente es la apuesta decidida por la rehabilitación del parque de vivienda privada, áreas industriales y equipamientos y edificios públicos. Estas ecociudades han podido tener cierto valor demostrativo, como experiencias piloto de posibilidad de aplicación de nuevas soluciones tecnológicas para los sistemas de calefacción, de aislamiento y de consumo de energía en los edificios, pero no son una solución generalizable si se conciben como una nueva etapa urbanizadora. En un país en el que hay miles de viviendas vacías y desarrollos urbanos incompletos no debería construirse ninguna vivienda más en realidad, al menos si atendemos a razones objetivas de utilidad social de la vivienda, y cualquier desarrollo urbanístico que se justifique por sus bondades sostenibles será falso o, en el mejor de los casos, un error bienintencionado. En cambio, una apuesta radical por la regeneración integral del tejido urbano actual representa una fantástica oportunidad de hacer realidad las promesas de la sostenibilidad: recuperar el parque de vivienda más obsoleto para mejorar las condiciones de habitabilidad de los barrios más olvidados de nuestras ciudades, recuperar y reutilizarlos espacios públicos para dotarlos de sentido en la vida comunitaria, rehabilitar edificios públicos y privados para mejorar su eficiencia energética y que sean activos en la producción de energía renovable, redensificar el suelo ya construido para evitar la ocupación de más suelo, convertir en una prioridad que las ciudades empiecen a pensar en hacer la transición hacia un escenario post-petróleo y, por último, activar los usos comerciales de los centros históricos y los barrios de las ciudades son algunas de las actuaciones que mejor puede ayudar a la transición urbana.
ResponderEliminarLas infraestructuras son la columna vertebral del crecimiento urbano. Carreteras, transporte público, agua y energía garantizan la vitalidad de las ciudades, mejorando la calidad de vida y promoviendo el desarrollo sostenible.