En estos tiempos buscamos en revoluciones lejanas la pasión que falta para las no-revoluciones de aquí, y abrazamos hoy Túnez, ayer Irán y mañana vaya usted a saber qué incógnito país, pero sólo porque parecen caminar a lomos de mensajes de 140 caracteres. Ese debate de "la revolución será tuiteada" y "la revolución no será tuiteada" es lo de menos, salvo para entretenerse en debates estériles tan propios de la ciclotimia 2.0. ¿Y si, en realidad, después de todo, fueran los regímenes autoritarios los que mayor beneficio estuvieran sacando de la web?
El tecno-optimismo crea monstruos pero, como buenos hijo de la hipermodernidad, sólo duran unos instantes fugaces. Leer La cultura-mundo es lo que tiene, que cada página que paso estoy más cerca de pensar que vivimos atrapados en la banalidad mientras las cosas importantes, los conflictos de toda la vida, son los mismos pero ya no los reconocemos. Los políticos, las guardias pretorianas de los grandes partidos, han fagocitado las promesas de la política 2.0, enorme entretenimiento de la sociedad occidental ante la falta de revoluciones aquí. El pensamiento se vuelve simple, que quepa en un tuit o facilite un me gusta/no me gusta impulsivo, vacío, descontextualizado y contradictorio con el siguiente me gusta/no me gusta. Adhiérete, súmate, pon tus clicks al servicio de una idea pasajera, pon tus hashstags al timeline del progreso. Entretenido estás con el poder que te da tu ipad, que, de mientras, las cosas pasan. Wikileaks es la ficción de que tenemos el poder en nuestras manos, la ilusión de la sedición frente al orden establecido.
Se me pasará. Bueno, mejor no.
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