miércoles, 19 de enero de 2011

La necesidad del debate de la sostenibilidad local


Como mencioné hace unos días, voy a publicar por partes el artículo que escribí para la Revista VIA, Las ciudades, núcleo duro de la sostenibilidad en el futuro. Aquí va el capítulo inicial en el que trato de recoger algunas ideas sobre por qué la escala local tiene tanta incidencia en el debate sobre la sostenibilidad. Continuará....
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El estudio crítico de la ciudad como problema no es algo nuevo relacionado con la emergencia de las teorías del desarrollo humano sostenible a partir de las cuáles se ha definido el discurso de la insostenibilidad del modelo de vida urbano. De hecho, se trata de una preocupación existente desde que las ciudades existen y ya en la Roma imperial hubo de atenderse a los problemas de higiene relacionados con la vida en común en una gran urbe. El concepto de sostenibilidad ha venido a sofisticar un análisis que siempre ha existido, dotándolo, por supuesto, de mayor rigor y conocimiento científico, de nuevos criterios y, sobre todo, de una visión más integral sobre el desarrollo humano. La ciudad sostenible es una nueva utopía, pero conviene recordar que históricamente -y sólo nos referiremos a la Historia más cercana- se han planteado diferentes modelos que trataban de ofrecer una utopía urbana: la teoría general de la urbanización de Ildefonso Cerdá, la ciudad lineal de Arturo Soria, la ciudad jardín de Ebenezer Howard, la ciudad orgánica de Patrick Geddes y Lewis Mumford, la ciudad social de Jane Jacobs, etc. Con todas estas teorías, y muchas otras no mencionadas, se ha buscado dar respuesta a las dificultades de encontrar un equilibrio entre la vida urbana y su tendencia a generar problemas sociales y ambientales. Esta cuestión es la que subyace, también, en la discusión sobre la ciudad sostenible.
Abordar la sostenibilidad del modelo urbano dominante en la actualidad es hacer frente también a la coyuntura económica y social que atravesamos a finales de 2010. El paradigma de crecimiento que ha vivido nuestro país en los últimos años ha descansado, en buena medida, sobre las bases territoriales de ocupación del suelo y sobre el sistema de financiación municipal, dos elementos presentes en cualquier reflexión sobre el origen de la crisis económica actual. El modelo de crecimiento se ha agotado porque, mientras podía sostenerse en base a las bondades económicas que ha generado el sector de la construcción, la pregunta sobre la sostenibilidad del modelo urbano parecía una excentricidad de los aguafiestas que querían poner en duda el éxito de un crecimiento que parecía no agotarse. Pero la fiesta terminó y ahora que la excusa del crecimiento ya no existe, se presenta más claro el pasivo ambiental, social y económico que ha dejado el proceso urbanizador en la mayor parte de nuestro territorio y en nuestra economía. Así que, bien por profundo convencimiento sobre la necesidad de abordar el debate de la sostenibilidad urbana, o bien simplemente porque tenemos la obligación de repensar las ciudades y la gestión urbana en tiempos de incertidumbre económica, la pregunta es absolutamente necesaria: ¿Qué modelo de ciudad queremos?
La sostenibilidad ha sido uno de los conceptos que han emergido en las últimas décadas con más fuerza y, sin embargo, aún sigue siendo controvertida su definición teórica y su aplicación práctica. La definición teórica se enfrenta a la complejidad de incluir en una sola enunciación un concepto que tiene el potencial de convertirse en un nuevo paradigma para entender el desarrollo social de la vida en la Tierra, incluyendo variables económicas, ambientales, sociales, culturales y éticas. Se suele aceptar 1987 como la fecha del nacimiento oficial del término desarrollo sostenible, con ocasión de la publicación del informe de la Comisión Brundtland pero desde entonces la literatura ha desarrollado una ingente cantidad de análisis tratando de encontrar las relaciones entre esas variables, la predominancia o no de unas sobre otras y la forma de medirla. Por su parte, la aplicación práctica a escala local se ha enfrentado a indudables problemas de liderazgo, de incapacidad para romper las dinámicas tradicionales, de incoherencia entre los discursos y las acciones reales de agentes públicos y privados y, en último término, de utilización interesada y meramente discursiva del término. Hemos asistido en estos años, en realidad, a una aplicación contradictoria del paradigma de la sostenibilidad porque, a pesar de que muchas políticas y discursos urbanos se han realizado en su nombre, la realidad ha demostrado que las ciudades se ha convertido en el principal origen de las presiones ambientales.
El papel de las ciudades en el compromiso por el desarrollo sostenible tardó en identificarse. Inicialmente el debate puso su acento sobre los problemas globales (pérdida de biodiversidad, desertificación y deforestación, reducción de la capa de ozono, contaminación atmosférica, calentamiento global, etc.) y se buscaban respuestas desde las instituciones globales. En la Cumbre de Río en 1992 por primera vez se identificó de forma nítida la necesidad de actuar a nivel de los gobiernos locales. Fue el origen del movimiento de las Agendas 21 Locales, un instrumento nacido como una gran promesa y que con el tiempo ha envejecido mal. De alguna forma, la suma de acciones locales -a pesar del impresionante número de ciudades y pueblos que han puesto en marcha estos mecanismos, con mayor o menor nivel de compromiso- no ha llevado a una transformación radical del modelo de desarrollo. Al contrario, las fuerzas motrices que empujan el funcionamiento económico han resultado ser mucho más pesadas y difíciles de mover.
Estas dudas obligan a reflexionar sobre la capacidad real del ámbito local para intervenir en los aspectos clave de la sostenibilidad o, mejor, en el núcleo duro de la insostenibilidad. Desde luego, es evidente que estamos en un contexto de repolitización de lo local y las entidades locales son, sin duda, un agente importante para generar un cambio de tendencia y para llegar al ciudadano y a los hábitos de consumo. Y, en cierta forma, muchos de ellos están haciendo sus deberes, al menos en aquellos elementos en los que pueden intervenir (gestión de residuos sólidos urbanos, sensibilización ciudadana, protección de espacios verdes, etc.), pero parece complicado que la suma de decisiones individuales de los municipios más comprometidos pueda implicar un cambio en los grandes factores de la insostenibilidad: transporte de personas y mercancías, generación de residuos, consumo de recursos naturales (agua, principalmente), ocupación de suelo, emisión de gases de efecto invernadero, etc...

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