De antemano, dudo que salgamos de esto mejores. El tono social en el mientras tanto no ayuda a pensar que veremos cambios profundos hacia una mayor cooperación global, sociedades más empáticas, más conciencia sobre la desigualdad, más cultura científica,...y un largo etcétera. Las dimensiones e implicaciones de la Covid-19 son fundamentales, civilizatorias si nos ponemos graves, pero el pesimismo viene de lo que ya había y que no ha desaparecido ni lo hará. Si acaso, la pandemia solo acelerará lo que ya estábamos sufriendo: ascenso del populismo como factor estructurante de las discusiones públicas, el descubrimiento del autoritarismo como opción posible, el acientifismo galopante, las fracturas generacionales, instituciones cuestionadas, sociedades políticamente fragmentadas y menos adheridas a principios democráticos,...
Dicho esto, estas semanas han
acumulado cantidad de artículos, informes y documentos que tratan de avanzar
qué sucederá en el futuro, hacia qué tipo de mundo vamos. Necesitamos
encontrar un sentido a todo esto, incluso necesitamos darle una utilidad, un sentido de esperanza de que algo (bueno o no) saldrá de todo esto. Por eso mismo, eso de la
nueva normalidad es tan discutido y discutible. Ni siquiera podemos entender y compartir c
ómo era la normalidad que supuestamente hemos dejado atrás, como para asumir cuál será la nueva. Ni siquiera la teoría del
cisne negro nos permite un respiro. Al fin y al cabo, si hubiera llegado de la nada, podríamos vivir esto como una condena, un
deus ex machina que nos libere del peso de la responsabilidad cambiándolo por el peso de una fuerza incontrolable. No,
podíamos saberlo, podíamos haberlo previsto y planificado, podíamos haberlo evitado. No es una defensa del "yo ya lo decía" ni de los capitanes a posteriori. Es que realmente sabíamos pero no queríamos, sabíamos pero lo veíamos con condescendencia y arrogancia, lo mirábamos como miramos siempre la posibilidad de la catástrofe, como seres humanos que somos.
Puede que adonde vamos sea hacia donde ya íbamos desde hace un tiempo. Por eso, la covid-19 quizá sea más un
acelerador de los procesos que ya estábamos observando. Así,
no está cambiando la Historia, sino que está precipitándola. Y, como decía antes, posiblemente no nos está llevando a un tiempo mejor. Para quienes han estudiado en detalle el papel de las pandemias en la Historia, estas le han dado forma de diferentes maneras que, en cualquier caso, nos permiten mirar atrás y encontrar sus efectos disruptivos en muchos procesos sociales más grandes que las han oscurecido como hacedoras de Historia, de manera que han influido sobre nuestras ideas sobre la dividinidad, sobre procesos revolucionarios y de estabilización social o sobre el avance científico (interesante esta
entrevista con
Frank M. Snowden, autor de
Epidemics and Society: From the Black Death to the Present). (Por cierto, para ir a por libros, esta
selección de 7 libros realizada por el propio Snowden parece servir bien como guía para leer cosas sobre estas cuestiones). Este papel de las pandemias en la historia puede verse no como algo tan definitivo, sino como
paradojas (¿peajes?) del progreso. Dicho así, puede que no tengamos que alarmarnos tanto ni ponernos tan trascendentales, siempre y cuando seamos capaces de dar por hecho que de esta pandemia saldrá progreso. Ya ya es mucho decir.
En cualquier caso, la pandemia nos invita a cuestionarnos sobre los
riesgos globales. Más claramente: ¿de verdad somos capaces de mandarlo todo a la mierda? Antes de convencernos de si iremos a mejor, si cambiarán unas cosas u otras, parece un buen momento para preguntarse algo así. Pasado el tiempo del miedo al desastre nuclear (¿lo habíamos pasado ya?), pareciera que hemos descartado esta
visión apocalíptica. Ni siquiera somos capaces de comprender esta dimensión para algo como el cambio climático. Sin embargo, esta pandemia nos obligaría a situarnos en este punto. Esta visión catastrofista, o al menos de alertar desde la ciencia sobre la brutal
capacidad de la humanidad para poner fin a la civilización o a la vida en la Tierra, es la que he podido husmear en los escritos de
Martin Rees, uno de los científicos (astrofísico), que además de ser uno de los que ya había señalado la llegada de nuevas pandemias, que es posible hacer lecturas de la actualidad en términos de potencial de
destrucción del planeta. ¿Somos capaces de asumir -soportar- que hay que poner en la agenda que
el siglo XXI puede ser el último?
Vaclav Smil, que intuyo que no hace planteamientos tan extremos pero sñi igual de alarmantes, también parece ser una buena referencia para contar en este debate con una visión macro, histórica y multi-disciplinar. Esta visión macro parece oportuna, pero difícil de asimilar. Apenas llevamos aquí unos pocos miles de siglos, en un planeta de millones de años, así que somos la nada en el tiempo y en el espacio. A unos
100 segundos de la extinción. Lo peor: ni si quera somos conscientes de que realmente podemos (poder de verdad, hacerlo posible, conseguirlo, llegar al final)
destruirnos a nosotros mismos. Por ahí va
Toby Ord, en la zona del vértigo.
Estamos descubriendo la
era pandémica. Alcanzando los últimos habitats naturales y conviviendo ya como invasores de la naturaleza salvaje, esta nos devuelve a cambio una exposición desconocida hasta ahora a las infecciones animales que saltan al ser humano.
David Qualmenn nos advierte de ello, no sin antes recordar que, más allá de su
origen animal, no estamos teniendo en cuenta el campo de la
técnicas de manipulación genética avanzadísimas y sobre las que no tenemos ni idea de cómo se controlan (No entro en las sospechas (¿intoxicaciones, juegos geoestratégicos?, quién sabe) sobre los laboratorios que están trabajando con los coronavirus en Wuhan). Nuestra capacidad expansiva como especie, a nivel territorial y a nivel tecnológico, nos impone la obligación de crecer, no sabemos parar. ¿
Hasta dónde crecer? ¿
Cuánto es suficiente? (guiño personal un poco al mejor a una lectura queme influyó mucho en su momento).
Con estas preguntas trascendentes, lo siguiente es abordar una escala más asequible. Es aquí donde se han sucedido multitud de propuestas sobre
escenarios, predicciones, observaciones de largo plazo,
modelos,... Navegan casi siempre entre la incertidumbre total de lo desconocido, el atrevimiento mediático y la mesura. ¿Cómo afirmar que esto es el
fin de la globalización sin poner matices o salvedades? ¿Cómo estar seguros de que caminaremos a
un mundo más autoritario o hacia el
aislacionismo? ¿Podemos apostarlo todo a que las
sociedades orientales estaban, están y estarán mejore preparadas? ¿Cómo defender las bondades de la
vigilancia en sociedades del castigo? ¿Realmente cambiarán los
(des)equilibrios geoestratégicos que conocemos? ¿Qué decir de la desnortada
Unión Europea? ¿Es el punto de inflexión para un
reforzamiento de lo público? ¿Otra vez querrán que confiemos en
reinventar el capitalismo? ¿O es el tiempo de las
políticas anticapitalistas? ¿Hay espacio para el
optimismo? Caminamos
entre el optimismo y el pesimismo, y es posible que haya razones para ambas posturas.
Yo hoy me quedo con este artículo de
David Wallace-Wells:
no hay ningún plan de salida, ningún camino establecido para el fin de la crisis pandémica. No llega al
No future, pero parecido. Si apenas sabíamos cómo afrontar el ahora y estamos dando palos de ciego para el desconfinamiento, claro que nadie sabe qué vendrá, ni cómo saldremos de esta o ni siquiera si lo haremos para poder decir dentro de 50 años que los escenarios de hoy estaban equivocados.
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No es fácil escribir sobre esta cuestión pero me he propuesto ordenar al menos algunas lecturas que voy sistematizando. Son apuntes dispersos y poco sistemáticos, como casi todo en este blog desde hace 12 años, pero al menos servirán para detectar algunos temas que creo serán relevantes en los próximos meses o años.
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