El poder simbólico de metáforas como el ciudadano inteligente, el ciudadano-sensor o el ciudadano-cursor es particularmente atractivo por su voluntad de sintetizar expresiones más o menos expresas sobre el papel activo de la ciudadanía en el mundo digital. Nos sitúan ante una demanda fruto de la dificultad de la smart city para ofrecer un relato coherente de temas como la participación ciudadana, las formas de innovación democrática, la gestión abierta de los servicios públicos, la política tecnológica, etc.
Debemos a Lewis Mumford una apreciación suficientemente ilustrativa: la invención del reloj mecánico, del tiempo mecánico, como base de las transformaciones hacia una sociedad industrial. Ni las manecillas ni las minúsculas piezas de su mecanismo tuvieron tanta capacidad de reprogramar la vida como el carácter normativo de las imposiciones de la división, organización y sistematización del tiempo humano. De forma similar, la esfera digital contiene una capacidad no innata sino diseñada específicamente, de crear nuevas normas de comportamiento, nuevos límites de lo posible a nivel público y privado, de imponer formas de realizar transacciones, actos y efectos. Cambian nuestras habilidades físicas y cognitivas (desde la memoria a la capacidad de orientación espacial), cambian nuestras relaciones, nuestros hábitos y nuestras expectativas. Cambian también las capacidades de control por parte de organizaciones cuasi-monopolísticas y surgen nuevas tentaciones de dominación económica y social.
Frente a la tentación de creer que las posibilidades de automatización del control y seguimiento de cualquier parámetro de la ciudad nos llevan a un escenario de neutralidad de las decisiones sobre los diferentes aspectos de la vida urbana (decisiones sobre políticas de seguridad, de gestión del tráfico, de vivienda, de espacio público, etc.), la realidad es que nada de esto debería sustraer la necesidad del debate público sobre cuestiones cruciales. Sin entrar ni siquiera en las dimensiones más globales sobre el control de internet y todas las dinámicas derivadas (desde el control de la privacidad por parte de los grandes operadores y de los propios gobiernos hasta las resistencias de los diferentes sectores industriales impactados por el cambio en los modelos de negocio), las preguntas y los debates siguen siendo los mismos: ¿para quién son las smart cities?, ¿quién las protagoniza?, ¿quién se queda fuera?, ¿promueven o no la inclusión o son sólo formas sofisticadas de perpetuación de las relaciones de poder establecidas?, ¿cómo salvaguardar lo público?, ¿y cómo salvaguardar lo común?, ¿cómo pueden favorecer modelos estables de implicación y participación ciudadana? Las preguntas serían tantas, al menos, como las que planteó Jacques Ellul en su momento (76 reasonable questions to ask about any technology) desde el punto de vista ecológico, social, práctico, moral, ético, vocacional, metafísico, político y estético, o más recientemente Sacasas:
Debemos a Lewis Mumford una apreciación suficientemente ilustrativa: la invención del reloj mecánico, del tiempo mecánico, como base de las transformaciones hacia una sociedad industrial. Ni las manecillas ni las minúsculas piezas de su mecanismo tuvieron tanta capacidad de reprogramar la vida como el carácter normativo de las imposiciones de la división, organización y sistematización del tiempo humano. De forma similar, la esfera digital contiene una capacidad no innata sino diseñada específicamente, de crear nuevas normas de comportamiento, nuevos límites de lo posible a nivel público y privado, de imponer formas de realizar transacciones, actos y efectos. Cambian nuestras habilidades físicas y cognitivas (desde la memoria a la capacidad de orientación espacial), cambian nuestras relaciones, nuestros hábitos y nuestras expectativas. Cambian también las capacidades de control por parte de organizaciones cuasi-monopolísticas y surgen nuevas tentaciones de dominación económica y social.
Via Randy Olson |
When we do think about technology’s moral implications, we tend to think about what we do with a given technology. We might call this the “guns don’t kill people, people kill people” approach to the ethics of technology. What matters most about a technology on this view is the use to which it is put. This is, of course, a valid consideration. A hammer may indeed be used to either build a house or bash someones head in. On this view, technology is morally neutral and the only morally relevant question is this: What will I do with this tool?But is this really the only morally relevant question one could ask? For instance, pursuing the example of the hammer, might I not also ask how having the hammer in hand encourages me to perceive the world around me? Or, what feelings having a hammer in hand arouses?Si para algo puede servir la emergencia de la ciudad inteligente como recurso utópico es para hacernos más conscientes de las normatividades de la ciudad mecánica y su código oculto, tanto en sus pequeñas y aparentemente livianas consecuencias (¡qué más da aceptar las nuevas condiciones de privacidad de una nueva aplicación que nos descargamos!) como en las más graves y represivas. Un relato pacífico de la ciudad sólo servirá para mantener las relaciones actuales y futuras de dominación y para esconder los conflictos socio-políticos inherentes a la vida en la ciudad. Ello hace que sea imposible evitar la tentación de entender el escenario actual como un campo de batalla, por más que pueda parecer una salida dicotómica o incluso demagógica. Sin embargo, en el relato pacífico, utópico y genérico de la smart city subyace y se mantienen los mismos conflictos inherentes al hecho urbano. La dimensión digital de la ciudad es tan sólo una de las manifestaciones de la consustancial ciudad en conflicto.
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