Uno de los aspectos que más se destacan de los sistemas inteligentes es su capacidad de actuar de manera automática a partir de modelizaciones, simulaciones y algoritmos. La inteligencia ambiental nos propone automatismos en los dispositivos que intermedian nuestra experiencia en la ciudad. La ciudad será así capaz de personalizarse en tiempo real, de maximizar la eficiencia en el funcionamiento de los servicios públicos y desencadenar pequeñas adaptaciones en función de las circunstancias del entorno. Las infraestructuras y los servicios de la ciudad se abren a un horizonte en el que serán capaces de anticipar sus especificaciones, sus funcionalidades y sus estándares de prestación de servicio a situaciones modelizadas previamente. La ciudad te escucha.
Pensemos en un ejemplo relativamente inocuo: los sistemas de iluminación inteligente. La lógica funcional de estos sistemas reside en que son capaces de encender o apagar el alumbrado público punto a punto en función de si en la calle hay unas necesidades concretas de iluminación. Estas pasarían por la detección a través de sensores de presencia, bien de personas andando por la calle a la noche, bien de automóviles en el viario. Su racionalidad, por otro lado, estriba en la capacidad de dotar de eficiencia operativa a este sistema, al optimizar el consumo energético y al reducir en consecuencia las emisiones derivadas de la producción de la energía consumida. Hasta aquí, el escenario se presenta intuitivamente neutro.
Sin embargo, la lógica completa del sistema esconde una normatividad que escapa de lo puramente técnico: para operar, este sistema necesita definir una serie de escenarios reales con x resoluciones pre-fijadas paraque actúe y se adapte a ellos. Así, necesita establecer qué se considera presencia, qué actividades permite iluminar, bajo qué régimen horario actúa, etc. ¿Es suficiente una persona? ¿Qué tipos de personas? ¿Necesitará moverse esta persona? ¿Qué pasa si la persona se queda quieta durante un tiempo? ¿A qué velocidad? ¿Reconocerá a una persona andando despacio? ¿Y si la persona no quiere ser iluminada? ¿Reconocerá cualquier tipo de vehículo? ¿Y si pasa un gato? ¿Y si es un grupo de personas haciendo botellón? ¿Durante cuánto tiempo permanecerá iluminada? ¿Cuántas se iluminarán a la vez? Respondamos a estas preguntas con situaciones concretas y veremos que las respuestas no son tan sencillas o, mejor, las respuestas tendrán como consecuencia normalizar unos usos del espacio público frente a otros. Sumemos a estas escenas tecnologías complementarias como la detección facial, la integración con sistemas de alerta policial, su vinculación a la posesión de una tarjeta de identificación como ciudadano, etc., y las condiciones bajo las que opera un sencillo sensor instalado a tres metros del suelo en una farola abre importantes incógnitas sobre los límites de lo posible en la ciudad. Esas incógnitas forman parte del código de diseño de estos objetos, un
código no técnico.
En efecto, la simulación del comportamiento esperado de la implícitamente deriva en un
juicio normativo sobre lo que es esperable, lo que el sistema de simulación considera como normal. En la medida en que los sistemas inteligentes se constituyen como sensibles, es decir, capaces de reaccionar de manera automática ante situaciones concretas, se convierten también en
dispositivos de control y de normalización de la vida en la ciudad. A través de la simulación los sistemas aprenden a reproducir comportamientos automáticos que inscriben una separación entre lo normal y lo anormal. Definen con ello patrones de lo que la ciudad permite o lo que la ciudad determina como situaciones y
comportamientos susceptibles de protección y aquellos sujetos a control, limitación o represión. Pasemos de la iluminación inteligente a otros equipos de funcionamiento automático (puertas que se abren según determinados parámetros, tarjetas que te dan acceso a determinados servicios, sistemas de videovigilancia, dispositivos que captan tus datos,...) y usos modelizados (drones para la seguridad pública, vehículos sin conductor, sensores de acceso, etc.) y las incertidumbres éticas se multiplican.
¡Interesante post! El alumbrado público en las ciudades tiene una gran importancia tanto para los peatones, como para los vehículos. En ocasiones es necesario cambiarlo por uno nuevo y a través de páginas especializadas es posible adquirirlo.
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