La idea de smart city parece haber triunfado como término que pretende aglutinar la relación entre las tecnologías del siglo XXI y su despliegue en la ciudad. Aunque de perfiles muy difusos y sometida a diferentes interpretaciones e intentos de definición, el modelo de la ciudad inteligente ha emergido con fuerza como nueva referencia a la que confiar la renovación de la gestión urbana. En este artículo no nos detendremos a analizar su genealogía, las disputas terminológicas o las derivadas conceptuales, sino que apuntaremos algunos otros rasgos que han definido el debate en este tiempo.
Desde el punto de vista de la plasmación práctica de las promesas y visiones sobre la ciudad inteligente, sin duda una de las cuestiones más debatidas en los congresos y eventos que tratan de impulsar las smart cities es la referida a los desafíos y barreras en la implementación. La frustración –la desilusión a la que se refiere el título del artículo- tiene que ver no sólo con cuestiones conceptuales, que son las que estamos abordando en este artículo, sino también con cuestiones de estrategia y operativa.
A pesar de estas dificultades, la intersección de ciudad y tecnología es un elemento clave –junto a otros más tradicionales y siempre presentes en nuestras sociedades como la igualdad, la democracia, etc- para entender el desarrollo próximo de las ciudades. La creciente demanda de servicios públicos, el cambio demográfico hacia un mundo urbanizado, la crisis económica y las restricciones para los presupuestos públicos, el interés de la economía urbana por los sectores tecnológicos como elemento de competitividad o una mayor capacidad de la ciudadanía para someter a los gestores públicos a un escrutinio en el uso de los servicios y a las instituciones son factores que empujan hacia un aprovechamiento de los avances tecnológicos. Por otro lado, las soluciones que están hoy encima de la mesa remiten no sólo a nuevos desarrollos tecnológicos (tecnologías ubicuas, banda ancha, internet of things, M2M y redes de sensores, software de procesamiento de imágenes, big data, etiquetas RFID, etc.), sino también a una transformación de los modelos de negocio (cloud, software as a service, crowdsourcing, tecnologías de código abierto,…) o a nuevos modelos de gestión pública.
Sin embargo, podemos atrevernos a pensar que las cosas no están yendo tan rápido como se han planteado a veces y existe frustración por la falta de resultados prácticos, coherentes y significativos. Las razones de esta situación apuntan claramente a problemas de fondo y de definición: excesiva influencia del lado de la oferta (las empresas interesadas en colocar sus productos están interfiriendo en la definición de una demanda realista y cercana a las necesidades de los propios ayuntamiento), falta de claridad o interés por definir un retorno social en forma de beneficios palpables y directos que ofrezcan mayor valor a la ciudadanía a cabio de la sofisticación de los servicios públicos, confusión sobre cómo pasar de las soluciones aisladas y desconectadas a la creación de sistemas más integrados y mejor insertados en el ciclo global de los diferentes servicios, problemas a la hora de identificar, justificar y financiar el modelo económico detrás de muchas de las soluciones smart, etc.
Se trata de elementos críticos que están impidiendo la extensión de nuevas experiencias prácticas y son las que generan desilusión en torno a un tema que empieza a girar alrededor de sí mismo y a ser auto-referencial. En este tiempo, nuevas empresas (fabricantes de equipos, utilites, operadores, consultores, organizadores de eventos,…), tanto de nueva creación como consolidadas, han apostado por atender a ese mercado –de perfiles difusos y de cuantificación imposible y, quien más quien menos, en muchos ayuntamientos han puesto su atención a este tema intentando entender qué papel podrían tener en ello, mientras, por su parte, la ciudadanía percibe, sobre todo a través de titulares de prensa y publicidad institucional, que una nueva palabra –smart- aparece en el lenguaje común y distante de la política. Por su parte, otros agentes que de forma previa o desde estructuras no relacionadas con los agentes que están impulsando el debate de las smart cities venían trabajando ya en la intersección entre las tecnologías digitales y la ciudad en la sociedad conectada (activistas, artistas digitales, diseñadores de interacción, centros de arte contemporáneo, living labs, medialabs,…) asisten con cierta distancia a este debate del que no se sienten parte, no han sido invitados y cada vez perciben menos vías para conectar o contrastar sus visiones con las más establecidas. Y, por otro lado, otros campos profesionales y académicos relacionados con la ciudad en su conjunto (urbanismo, sociología, antropología, ecología, arquitectura,…) tratan de hacer oír su voz y reclamar la necesidad de comprender el fenómeno urbano e incorporar el conocimiento ya existente sobre cuestiones clave que escapan del mapa mental que se está configurando en torno a las smart cities.
Presencia mediática
En los últimos tres años se han celebrado en España casi cien eventos de diferente alcance y significación en los que el término smart city formaba parte del reclamo en su título, creando así un espacio para el debate sobre esta cuestión, para la presentación de propuestas tecnológicas o comerciales o para la exploración de las oportunidades para los municipios. Esta emergencia ha creado, al mismo tiempo, un exceso y un cierto hastío entre el público objetivo al que se dirigen muchas veces este tipo de eventos, los gestores públicos del ámbito local, que más allá de los primeros ayuntamientos pioneros en esta materia, no están encontrando orientaciones claras para entender qué papel jugar en todo esto.
En realidad, la atención a la intersección entre tecnología y ciudad no es novedosa, y ha estado presente, especialmente en la academia, con anterioridad, aunque utilizando de manera indistinta otros términos según el enfoque (ciudad inteligente, urban computing, ciudades digitales, etc.), pero la estandarización del término smart city como principal referencia englobadora se ha dado una vez que las empresas y grandes corporaciones tecnológicas que fueron pioneras en situar sus estrategias de comunicación en este ámbito consiguieron su impacto.
A ello también han contribuido también las estrategias de marketing urbano, en la medida en que han abrazado las tecnologías como un recurso para dotar a la imagen da marca de muchas ciudades de atributos de modernidad, innovación y liderazgo. De esta manera, asociar la imagen de la ciudad –o, en muchos casos, la acción del gobierno municipal en cada momento- al término “ciudad inteligente” ha servido también para precipitar el inicio de determinados proyectos de implantación (de renovación urbana, de modernización de los sistemas informáticos de gestión municipal, de iluminación pública, de gobierno abierto, etc) que, a pesar de ser casi siempre sectoriales y parciales, justifican la “transformación” de la ciudad por completo en argumento comunicativo de una smart city.
Evidentemente, no es sólo una cuestión de marketing. Estas empresas, grandes corporaciones disponen de fuertes capacidades tecnológicas para renovar y transformar la gestión del tráfico, la tecnologización de las infraestructuras urbanas y de realizar inversiones masivas. Pero podemos considerar esta evolución un claro ejemplo de agenda-setting, al haber conseguido colocar esta cuestión en el centro del debate sobre la ciudad creando un relato nuevo sobre la ciudad que está protagonizando gran parte del debate desde una mirada tecno-entusiasta refractaria a otras miradas sobre la ciudad y haciendo prácticamente tabula rasa del conocimiento acumulado sobre el funcionamiento urbano desde diferentes campos de conocimiento.
Proyectos de implantación
Desde el punto de vista de la implantación de proyectos de smart city, uno de los primeros puntos críticos que podemos resaltar es la falta de nuevos referentes. Durante estos años de extensión del ideal de la ciudad inteligente, los proyectos señalados como emblemáticos siguen siendo prácticamente los mismos y afectados en gran medida por problemas de implementación completa. Masdar (Emiratos Árabes Unidos), PlatIT Valley (Portugal) o Songdo (Corea del Sur) se mantienen como los proyectos más ambiciosos, completos y de mayor escala.
Sin embargo, es evidente que las cosas han cambiado y podemos señalar otros proyectos que han avanzado en la implantación de acciones específicas sectoriales o incluso más comprehensivas. Pero antes conviene hacer una distinción fundamental a la hora de entender las diferentes tipologías de proyectos señalados como smart cities en función de su significado urbanístico:
• Nuevas ciudades (cities from scratch): en las que se construye desde cero un nuevo asentamiento urbano con la instalación de diferentes tecnologías inteligentes desde el inicio (Masdar, Lavasa, Songdo, etc.).
• Nuevos desarrollos urbanísticos: en casos en los que se desarrolla barrio o área de nueva construcción (normalmente, un parque tecnológico o una zona industrial) con la instalación ex-novo de tecnologías inteligentes (King Abdullah Economic City, Málaga, Kochi, Lyon,…).
• Renovación de barrios en ciudades ya existentes: (Amsterdam, Glasgow, Estocolmo, Malta, Santander,Londres…).
No se agotan aquí los ejemplos, ya que en quedarían por mencionar las decenas de proyectos que otras muchas ciudades están llevando a cabo de renovación de sus infraestructuras o mejora de sus servicios públicos utilizando diferentes soluciones inteligentes en materias como las smart grids, la iluminación pública, el tráfico, la seguridad ciudadana, la gestión de emergencias o la liberación de datos públicos. Desde este criterio, el balance refleja un creciente interés por introducir nuevas soluciones y nuevos modelos de gestión vinculados a las diferentes dinámicas relacionadas con las ciudades inteligentes. Desde grandes ciudades a pequeños municipios, se han puesto en marcha iniciativas de diferente signo y calado, tratando de aprovechar los beneficios esperados especialmente desde el punto de vista de la optimización de la gestión municipal.
En el caso específico del urbanismo y el planeamiento municipal, su intersección con las tecnologías conectadas también ha dado lugar a nuevas soluciones que tratan de encontrar nuevas dinámicas urbanísticas que incorporen soluciones digitales en sentido amplio. Esto pasa, en primer lugar, por la exploración de la realidad del funcionamiento urbano a través del uso del big data como nueva fase del estudio de los sistemas complejos en los entornos urbanos produciéndose así proyectos de modelización y de visualización de datos urbanos (véanse, por ejemplo, los trabajos desarrollados por MIT Senseable City Lab o Space Syntax). Más cercano al ciudadano están los diferentes proyectos que están explorando cómo acercar la realidad cotidiana del espacio físico construido a través del uso de aplicaciones móviles para explorar y entender la capa digital de información alrededor del urbanismo (desde los diferentes sistemas de geolocalización a los que ya estamos acostumbrados para utilizar los medios de transporte público o para identificar o localizar diferentes recursos de la ciudad, desde problemas que requieren intervenciones de mantenimeinto municipal –Fixmystreet, ReparaCiudad,…- hasta sistemas para localizar edificios y espacios abandonados o en desuso). Desde el punto de vista de la gestión interna municipal, la digitalización de la información está dando lugar, por su parte, a fórmulas más integradas de organización de la realidad urbanística y su cruce con otras realidades sectoriales, avanzando hacia soluciones más coherentes y a decisiones mejor informadas por parte de los gestores públicos. En último lugar, la presencia de objetos conectados en las calles de las ciudades continúa extendiéndose de manera natural (control de accesos a edificios a través de sistemas de identificación, soluciones automatizadas para áreas de peaje urbano, dispositivos de información pública, hotspots de conexión wi-fi, fachadas digitales interactivas, etc.), conformando una esfera de objetos públicos con los que la ciudadanía interactúa de manera más o menos consciente en la hidridación del espacio urbano y el espacio digital para desarrollar su vida en la ciudad.
Los patrones de este despegue son varios: mientras países como Italia o España se sitúan sorprendentemente a la cabeza del hype, otros países más avanzados tecnológicamente y con gobiernos locales más avanzados (casos de Alemania, Australia o Suecia) apenas hacen referencia al término y, sin embargo, se sitúan a la cabeza de la implantación de proyectos. El hecho de disponer de estrategias nacionales también ha sido un factor favorecedor y hasta cierto punto normalizador como en el caso de Dinamarca o el Reino Unido (y su Future Cities Catapult como vector urbano dentro de la estrategia de innovación nacional del Technology Strategy Board), Italia o España (con instrumentos como la Red Española de Ciudades Inteligentes o el trabajo en el marco de AENOR). Sin embargo, ningún otro factor ha tenido tanta influencia como el enorme esfuerzo comercial que han desarrollado diferentes empresas vinculadas al “mercado” de las smart cities que, tanto promoviendo gran parte de los eventos de elaciones públicas y congresos en la materia como incluso desarrollando concursos a nivel mundial para ofrecer invertir en las ciudades ganadoras (como es el caso de IBM), han encontrado una vía para introducir proyectos de implantación en todo el mundo.
Iniciativas de investigación
Una de las vertientes más interesantes de la ola smart city es la relacionada con el impulso de entornos de cooperación tecnológica para el desarrollo de nuevas soluciones urbanas. Son varias las ciudades que han optado por promover nuevos programas de investigación de diferente signo relacionada con el futuro de las ciudades y las tecnologías urbanas, bien acogiendo centros o grupos de investigación en sus universidades, bien impulsando ellas mismas, normalmente siguiendo el interés de centros tecnológicos y grandes corporaciones, nuevos centros de investigación para la innovación urbana.
Así, se están desarrollando proyectos de investigación, demostración o mixtos (a caballo entre la investigación y la implantación en ciudades como Londres (Intel Collaborative Research Institut, Future Cities Centre, The Crystal, entre otros), Singapur (iCity Lab, Smarter Cities Research Collaboratory, Future Cities Laboratory,…) o Nueva York (Center for Urban Science and Progress o New York City Urban Technology Innovation Center), por señalar algunos ejemplos significativos. Por otra parte,en España también se han empezado a dar este tipo de proyectos para impulsar el desarrollo de tecnologías de innovación urbana y su difusión en ciudades como Barcelona, Santander o Zaragoza.
Presentados estos casos (sin agotar otras iniciativas en diferentes ciudades), la mayoría de estas iniciativas cuentan con el impulso o la financiación de grandes corporaciones, una señal más del riesgo de que la agenda de las políticas urbanas y la inversión en servicios públicos tenga sesgos evidentes. Pero convendría darles un voto de confianza porque también pueden hacer contribuciones importantes en desarrollos tecnológicos que requieren esfuerzos importantes. Más clave es, desde la perspectiva de la política pública local, que los gestores tengan claro que ahí no se acaba el mundo de las tecnologías urbanas y que la perspectiva de investigación que adopten estos centros debería “urbanizarse” (término que suele utilizar Saskia Sassen en el sentido de “urbanizar la tecnología”) para que se acerque lo más posible a las necesidades reales de la ciudadanía, con enfoques abiertos. Será la única forma de que el tejido innovador local pueda beneficiarse y la oleada de smart cities sirva para traccionar el desarrollo de capacidades globales para el mercado global de los servicios urbanos.
Este texto es la primera parte del artículo La desilusión de las smart cities. Está sucediendo, pero no en la forma en la que nos lo han contado, publicado en el número 57 de la Revista Papers.
Artículo completo
Desde el punto de vista de la plasmación práctica de las promesas y visiones sobre la ciudad inteligente, sin duda una de las cuestiones más debatidas en los congresos y eventos que tratan de impulsar las smart cities es la referida a los desafíos y barreras en la implementación. La frustración –la desilusión a la que se refiere el título del artículo- tiene que ver no sólo con cuestiones conceptuales, que son las que estamos abordando en este artículo, sino también con cuestiones de estrategia y operativa.
A pesar de estas dificultades, la intersección de ciudad y tecnología es un elemento clave –junto a otros más tradicionales y siempre presentes en nuestras sociedades como la igualdad, la democracia, etc- para entender el desarrollo próximo de las ciudades. La creciente demanda de servicios públicos, el cambio demográfico hacia un mundo urbanizado, la crisis económica y las restricciones para los presupuestos públicos, el interés de la economía urbana por los sectores tecnológicos como elemento de competitividad o una mayor capacidad de la ciudadanía para someter a los gestores públicos a un escrutinio en el uso de los servicios y a las instituciones son factores que empujan hacia un aprovechamiento de los avances tecnológicos. Por otro lado, las soluciones que están hoy encima de la mesa remiten no sólo a nuevos desarrollos tecnológicos (tecnologías ubicuas, banda ancha, internet of things, M2M y redes de sensores, software de procesamiento de imágenes, big data, etiquetas RFID, etc.), sino también a una transformación de los modelos de negocio (cloud, software as a service, crowdsourcing, tecnologías de código abierto,…) o a nuevos modelos de gestión pública.
Sin embargo, podemos atrevernos a pensar que las cosas no están yendo tan rápido como se han planteado a veces y existe frustración por la falta de resultados prácticos, coherentes y significativos. Las razones de esta situación apuntan claramente a problemas de fondo y de definición: excesiva influencia del lado de la oferta (las empresas interesadas en colocar sus productos están interfiriendo en la definición de una demanda realista y cercana a las necesidades de los propios ayuntamiento), falta de claridad o interés por definir un retorno social en forma de beneficios palpables y directos que ofrezcan mayor valor a la ciudadanía a cabio de la sofisticación de los servicios públicos, confusión sobre cómo pasar de las soluciones aisladas y desconectadas a la creación de sistemas más integrados y mejor insertados en el ciclo global de los diferentes servicios, problemas a la hora de identificar, justificar y financiar el modelo económico detrás de muchas de las soluciones smart, etc.
Se trata de elementos críticos que están impidiendo la extensión de nuevas experiencias prácticas y son las que generan desilusión en torno a un tema que empieza a girar alrededor de sí mismo y a ser auto-referencial. En este tiempo, nuevas empresas (fabricantes de equipos, utilites, operadores, consultores, organizadores de eventos,…), tanto de nueva creación como consolidadas, han apostado por atender a ese mercado –de perfiles difusos y de cuantificación imposible y, quien más quien menos, en muchos ayuntamientos han puesto su atención a este tema intentando entender qué papel podrían tener en ello, mientras, por su parte, la ciudadanía percibe, sobre todo a través de titulares de prensa y publicidad institucional, que una nueva palabra –smart- aparece en el lenguaje común y distante de la política. Por su parte, otros agentes que de forma previa o desde estructuras no relacionadas con los agentes que están impulsando el debate de las smart cities venían trabajando ya en la intersección entre las tecnologías digitales y la ciudad en la sociedad conectada (activistas, artistas digitales, diseñadores de interacción, centros de arte contemporáneo, living labs, medialabs,…) asisten con cierta distancia a este debate del que no se sienten parte, no han sido invitados y cada vez perciben menos vías para conectar o contrastar sus visiones con las más establecidas. Y, por otro lado, otros campos profesionales y académicos relacionados con la ciudad en su conjunto (urbanismo, sociología, antropología, ecología, arquitectura,…) tratan de hacer oír su voz y reclamar la necesidad de comprender el fenómeno urbano e incorporar el conocimiento ya existente sobre cuestiones clave que escapan del mapa mental que se está configurando en torno a las smart cities.
Norwich council takes delivery of its first computer |
En los últimos tres años se han celebrado en España casi cien eventos de diferente alcance y significación en los que el término smart city formaba parte del reclamo en su título, creando así un espacio para el debate sobre esta cuestión, para la presentación de propuestas tecnológicas o comerciales o para la exploración de las oportunidades para los municipios. Esta emergencia ha creado, al mismo tiempo, un exceso y un cierto hastío entre el público objetivo al que se dirigen muchas veces este tipo de eventos, los gestores públicos del ámbito local, que más allá de los primeros ayuntamientos pioneros en esta materia, no están encontrando orientaciones claras para entender qué papel jugar en todo esto.
En realidad, la atención a la intersección entre tecnología y ciudad no es novedosa, y ha estado presente, especialmente en la academia, con anterioridad, aunque utilizando de manera indistinta otros términos según el enfoque (ciudad inteligente, urban computing, ciudades digitales, etc.), pero la estandarización del término smart city como principal referencia englobadora se ha dado una vez que las empresas y grandes corporaciones tecnológicas que fueron pioneras en situar sus estrategias de comunicación en este ámbito consiguieron su impacto.
A ello también han contribuido también las estrategias de marketing urbano, en la medida en que han abrazado las tecnologías como un recurso para dotar a la imagen da marca de muchas ciudades de atributos de modernidad, innovación y liderazgo. De esta manera, asociar la imagen de la ciudad –o, en muchos casos, la acción del gobierno municipal en cada momento- al término “ciudad inteligente” ha servido también para precipitar el inicio de determinados proyectos de implantación (de renovación urbana, de modernización de los sistemas informáticos de gestión municipal, de iluminación pública, de gobierno abierto, etc) que, a pesar de ser casi siempre sectoriales y parciales, justifican la “transformación” de la ciudad por completo en argumento comunicativo de una smart city.
Evidentemente, no es sólo una cuestión de marketing. Estas empresas, grandes corporaciones disponen de fuertes capacidades tecnológicas para renovar y transformar la gestión del tráfico, la tecnologización de las infraestructuras urbanas y de realizar inversiones masivas. Pero podemos considerar esta evolución un claro ejemplo de agenda-setting, al haber conseguido colocar esta cuestión en el centro del debate sobre la ciudad creando un relato nuevo sobre la ciudad que está protagonizando gran parte del debate desde una mirada tecno-entusiasta refractaria a otras miradas sobre la ciudad y haciendo prácticamente tabula rasa del conocimiento acumulado sobre el funcionamiento urbano desde diferentes campos de conocimiento.
Proyectos de implantación
Desde el punto de vista de la implantación de proyectos de smart city, uno de los primeros puntos críticos que podemos resaltar es la falta de nuevos referentes. Durante estos años de extensión del ideal de la ciudad inteligente, los proyectos señalados como emblemáticos siguen siendo prácticamente los mismos y afectados en gran medida por problemas de implementación completa. Masdar (Emiratos Árabes Unidos), PlatIT Valley (Portugal) o Songdo (Corea del Sur) se mantienen como los proyectos más ambiciosos, completos y de mayor escala.
Sin embargo, es evidente que las cosas han cambiado y podemos señalar otros proyectos que han avanzado en la implantación de acciones específicas sectoriales o incluso más comprehensivas. Pero antes conviene hacer una distinción fundamental a la hora de entender las diferentes tipologías de proyectos señalados como smart cities en función de su significado urbanístico:
• Nuevas ciudades (cities from scratch): en las que se construye desde cero un nuevo asentamiento urbano con la instalación de diferentes tecnologías inteligentes desde el inicio (Masdar, Lavasa, Songdo, etc.).
• Nuevos desarrollos urbanísticos: en casos en los que se desarrolla barrio o área de nueva construcción (normalmente, un parque tecnológico o una zona industrial) con la instalación ex-novo de tecnologías inteligentes (King Abdullah Economic City, Málaga, Kochi, Lyon,…).
• Renovación de barrios en ciudades ya existentes: (Amsterdam, Glasgow, Estocolmo, Malta, Santander,Londres…).
No se agotan aquí los ejemplos, ya que en quedarían por mencionar las decenas de proyectos que otras muchas ciudades están llevando a cabo de renovación de sus infraestructuras o mejora de sus servicios públicos utilizando diferentes soluciones inteligentes en materias como las smart grids, la iluminación pública, el tráfico, la seguridad ciudadana, la gestión de emergencias o la liberación de datos públicos. Desde este criterio, el balance refleja un creciente interés por introducir nuevas soluciones y nuevos modelos de gestión vinculados a las diferentes dinámicas relacionadas con las ciudades inteligentes. Desde grandes ciudades a pequeños municipios, se han puesto en marcha iniciativas de diferente signo y calado, tratando de aprovechar los beneficios esperados especialmente desde el punto de vista de la optimización de la gestión municipal.
The Economist |
Los patrones de este despegue son varios: mientras países como Italia o España se sitúan sorprendentemente a la cabeza del hype, otros países más avanzados tecnológicamente y con gobiernos locales más avanzados (casos de Alemania, Australia o Suecia) apenas hacen referencia al término y, sin embargo, se sitúan a la cabeza de la implantación de proyectos. El hecho de disponer de estrategias nacionales también ha sido un factor favorecedor y hasta cierto punto normalizador como en el caso de Dinamarca o el Reino Unido (y su Future Cities Catapult como vector urbano dentro de la estrategia de innovación nacional del Technology Strategy Board), Italia o España (con instrumentos como la Red Española de Ciudades Inteligentes o el trabajo en el marco de AENOR). Sin embargo, ningún otro factor ha tenido tanta influencia como el enorme esfuerzo comercial que han desarrollado diferentes empresas vinculadas al “mercado” de las smart cities que, tanto promoviendo gran parte de los eventos de elaciones públicas y congresos en la materia como incluso desarrollando concursos a nivel mundial para ofrecer invertir en las ciudades ganadoras (como es el caso de IBM), han encontrado una vía para introducir proyectos de implantación en todo el mundo.
Iniciativas de investigación
Una de las vertientes más interesantes de la ola smart city es la relacionada con el impulso de entornos de cooperación tecnológica para el desarrollo de nuevas soluciones urbanas. Son varias las ciudades que han optado por promover nuevos programas de investigación de diferente signo relacionada con el futuro de las ciudades y las tecnologías urbanas, bien acogiendo centros o grupos de investigación en sus universidades, bien impulsando ellas mismas, normalmente siguiendo el interés de centros tecnológicos y grandes corporaciones, nuevos centros de investigación para la innovación urbana.
Así, se están desarrollando proyectos de investigación, demostración o mixtos (a caballo entre la investigación y la implantación en ciudades como Londres (Intel Collaborative Research Institut, Future Cities Centre, The Crystal, entre otros), Singapur (iCity Lab, Smarter Cities Research Collaboratory, Future Cities Laboratory,…) o Nueva York (Center for Urban Science and Progress o New York City Urban Technology Innovation Center), por señalar algunos ejemplos significativos. Por otra parte,en España también se han empezado a dar este tipo de proyectos para impulsar el desarrollo de tecnologías de innovación urbana y su difusión en ciudades como Barcelona, Santander o Zaragoza.
Presentados estos casos (sin agotar otras iniciativas en diferentes ciudades), la mayoría de estas iniciativas cuentan con el impulso o la financiación de grandes corporaciones, una señal más del riesgo de que la agenda de las políticas urbanas y la inversión en servicios públicos tenga sesgos evidentes. Pero convendría darles un voto de confianza porque también pueden hacer contribuciones importantes en desarrollos tecnológicos que requieren esfuerzos importantes. Más clave es, desde la perspectiva de la política pública local, que los gestores tengan claro que ahí no se acaba el mundo de las tecnologías urbanas y que la perspectiva de investigación que adopten estos centros debería “urbanizarse” (término que suele utilizar Saskia Sassen en el sentido de “urbanizar la tecnología”) para que se acerque lo más posible a las necesidades reales de la ciudadanía, con enfoques abiertos. Será la única forma de que el tejido innovador local pueda beneficiarse y la oleada de smart cities sirva para traccionar el desarrollo de capacidades globales para el mercado global de los servicios urbanos.
Este texto es la primera parte del artículo La desilusión de las smart cities. Está sucediendo, pero no en la forma en la que nos lo han contado, publicado en el número 57 de la Revista Papers.
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