El trabajo de William H. Whyte es ya un clásico (muy bien contextualizado en el reciente libro de Jan Gehl, How to study public life), especialmente reflejado en The social life of small urban spaces. Forma parte de toda una generación de estudios iniciados a partir de la década de los 60 del año pasado, que empezaron a estudiar los espacios públicos y la vida social en las calles con nuevas metodologías de investigación que buscaban entender la cotidianeidad del uso de los espacios de encuentro en las ciudades.
Seguramente gracias a que este trabajo tuvo una gran base de documentación visual, en la actualidad sigue siendo un material de referencia para entender la importancia de la observación como método de investigación. Como decía, forma parte de toda una tradición de exploración del uso social de los espacios públicos en la ciudad que trata de mostrar cómo estos lugares son los espacios de interacción privilegiados en una ciudad.
En el mundo actual, en el que la tecnología ha mediatizado nuestras formas de comunicación social y personal de una manera progresiva y altamente invasiva, un debate interminable es el de si esta tecnología nos está haciendo personas más aisladas y sociedades más solitarias. Si esto fuera así, los espacios públicos tendrían cada vez menos importancia. Estos implican cercanía, una sociabilidad personal, directa y física, la apertura a encuentros inesperados, etc., frente, teóricamente, a unas formas de comunicación cada vez más deshumanizadas, saturadas, mediatizadas por soportes artificiales y, en definitiva, más frágil e inestable. Nada nuevo hasta aquí.
Un artículo en el NYT, Technology is not driving us apart after all, recoge los estudios de Keith Hampton, centrados en esta pregunta básica: ¿realmente la tecnología que usamos hoy de forma cotidiana nos está haciendo seres más aislados y, en especial, está transformando el uso que hacemos de los espacios de encuentro en las ciudades? Para responderla, tomó un camino alternativo: ¿Más o menos, comparado con qué? ¿Con un pasado idealizado frente a na percepción sobre la realidad actual que igual no es cierta?
Así que mediante un laborioso trabajo de comparación de los espacios documentados por Whyte y los mismos espacios capturados visualmente a día de hoy, parece que llegó a conclusiones sorprendentes y contra-intuitivas, recogidas en el estudio The social life of wireless urban spaces: internet use, social networks, and the public realm, que el periódico resume en un artículo excelente:
First off, mobile-phone use, which Hampton defined to include texting and using apps, was much lower than he expected. On the steps of the Met, only 3 percent of adults captured in all the samples were on their phones. It was highest at the northwest corner of Bryant Park, where the figure was 10 percent.En este vídeo, el equipo de investigación explica su aproximación:
More important, according to Hampton, was the fact that mobile-phone users tended to be alone, not in groups. People on the phone were not ignoring lunch partners or interrupting strolls with their lovers; rather, phone use seemed to be a way to pass the time while waiting to meet up with someone, or unwinding during a solo lunch break. …
It turns out that people like hanging out in public more than they used to, and those who most like hanging out are people using their phones. … not that many people are talking, or reading, texting or playing Candy Crush on the phone, but those who do stick around longer. …
According to Hampton, our tendency to interact with others in public has, if anything, improved since the ‘70s. The P.P.S. films showed that in 1979 about 32 percent of those visited the steps of the Met were alone; in 2010, only 24 percent were alone in the same spot.
Evidentemente, las salvedades son muchas. Por un lado, los espacios comparados son muy particulares y, hasta cierto punto, poco generalizados para el estandar de Estados Unidos (lugares que son ya, de por sí, grandes atractores de personas, como Bryant Park en Nueva York), por lo que la generalización es complicada. Derivado de esto, las conclusiones no nos pueden llevar a pensar que esto está sucediendo en más tipologías de espacios, pero también, al contrario, es posible que los lugares de encuentro a día de hoy sean muy diferentes los de hace unas décadas (la transformación de los espacios de trabajo, las nuevas formas de ocio, etc.). Y, sobre todo, el estudio, basado en la observación a distancia, no permite saber qué estaban haciendo en cada momento con sus dispositivos móviles las personas captadas haciendo uso de los mismos (aunque, posiblemente, en la mayor parte de los casos estarían usando aplicaciones de diferente signo para comunicarse en a distancia con otros). Esta es, precisamente, la gran incógnita de esta aproximación (ver, por ejemplo, On the search for space in the digital city, de John Bingham-Hall). Estudiada la presencia física y la interacción directa, queda por explorar qué formas de interacción promueve la conectividad digital en la calle. Poder sentarnos en un banco de un parque, encender el ordenador y ponerte a mandar mails, ¿te hace más sociable?, ¿hace más intenso el uso social del parque? Tener disponible esta conexión, como se ha demostrado tantas veces en estos últimos años, ¿nos ayuda a crear formas de comunicación más organizadas para el activismo? Quizá alguien de los captados en el documental del estudio parece estar mandando un mensaje de texto a alguien fuera de la escena pero, muy posiblemente, están quedando par encontrarse. ¿Descartamos esa acción, multitudinaria en cuaqluier ciudad, como un uso social de, por ejemplo, la espera para cruzar un semáforo?
On the search for space in the digital city |
No hay comentarios :
Publicar un comentario