Everyware es la tecnología móvil, conectada, localizada e indistinguible a la que nos hemos ido acostumbrando. La rápida adopción de dispositivos que nos mantienen permanentemente conectado y que llevamos en nuestros bolsillos y mochilas y la progresiva disposición de cada vez más dispositivos fijos en objetivos y superficies capaces de procesar información digital representa un enorme cambio en nuestra experiencia como usuarios y protagonistas de nuestros comportamientos cotidianos. Una tecnología presente (o que promete introducirse) en nuestras viviendas, en los edificios en las calles y el espacio público y, quién sabe, también en nuestros propios cuerpos. Una tecnología que ha llegado de forma silenciosa mediante una transición tranquila e imperceptible desde el ordenador personal hasta la computación ubicua. El everyware es una tecnología o, mejor, una situación, la forma en la que progresivamente vamos haciendo cada vez más cosas de nuestra vida cotidiana: relaciones sociales, relaciones con servicios públicos y con las compañías privadas, el transporte, el control de las funcionalidades de confort en la vivienda, el registro de nuestras actividades, etc.
¿Cómo enfrentamos una tecnología tan invasiva sin que sea invasora? Al ser, en buena medida, una tecnología invisible e imperceptible, ¿cómo ser conscientes de sus consecuencias? Estas preguntas son las que sirven de telón de fondo de un libro que explora cuestiones fundamentales para adoptar una visión no determinista de la tecnología en la vida cotidiana. Nuestras relaciones, en gran parte, han pasado a estar sujetas a intervenciones técnicas a través de interfaces digitales que hemos asumido perfectamente. Más y más información personal va dejando rastro de forma latente y oculta (cámaras de seguridad que nos graban cuando paseamos, billetes de transporte público, tarjetas bancarias, control de accesos a edificios,...). Ampliamos nuestras capacidades de interacción social y de agilización de trámites cotidianos mientras perdemos capacidades humanas ganadas a golpe de evolución (la memoria, por ejemplo). Como otras veces he planteado en el blog, no se trata de una dicotomía sino (y es la postura que Greenfield toma de manera acertada) de debatir y analizar más allá de lo tecnológico para aprovechar lo mejor de esta tecnología desde una mayor conciencia sobre sus riesgos, límites y posibilidades. En el recorrido del libro se pueden descubrir puntos de conflicto desde una visión pragmática y cotidiana sobre hechos concretos de la vida dentro del everyware: la dificultad para diagnosticar errores en sistemas cada vez más complejos e interdependientes (¿en qué punto de todo el sistema está el error de funcionamiento?, ¿a quién hacerle responsable?, ¿cómo hacer entonces que el sistema sea más estable?), el margen que queda para la reconfiguración de estos sistemas (¿cómo hacer posible un sistema abierto de computación urbana?, ¿hasta dónde serán posibles los usos imprevistos?, ¿cómo enfrentar un sistema omnipresente en el que diseñadores, reguladores y empresas participan de forma activa mientras la mayoría de la población parece no tener capacidad de influir en la composición de este everyware?), etc. son preguntas que tienen consecuencias sobre nuestro día a día en forma de conflictos de privacidad, de fiabilidad, de inestabilidad,...mientras, al mismo tiempo, disfrutamos de las ventajas de los dispositivos personales y la creciente red de objetos públicos digitales que van apareciendo en el fluir cotidiano de la vida en la ciudad.
Frente a estos riesgos, el libro propone un marco de reflexión que debería estar presente en el enorme revuelo que está produciendo ahora mismo el debate sobre las smart cities. Por un lado, una propuesta obvia pero necesaria: mantener una visión activa respecto a los posibles riesgos de estas tecnologías, es decir, no suponer por principio que hay una buena voluntad y nulos efectos contraproducentes en el diseño de servicios y objetos ubicuos porque, al fin y al cabo, la experiencia nos enseña que a pesar de ser criaturas inteligentes, cuanta mayor complejidad y sofisticación introducimos en cualquier adelanto, más problemas surgen. Por otro lado, un sistema cuya principal característica es la invisibilidad -cuántos rastros digitales vamos dejando sin apenas ser conscientes- ha de trabajar y esforzarse en hacer consciente al usuario del procesamiento de sus datos y hacer entendibles estas transacciones de información. Más fundamental aún es añadirle la simplicidad: que el sistema que promete automatizar cualquier conducta cotidiana -pensemos, por ejemplo, en la domótica y el simple acto de entrar en casa, tamizado esta vez por un método de detección automática de presencia- no haga dicha situación más compleja, incluso ante posibles incidencias o imprevistos. ¡Cuántas confusiones irritantes nos ahorraremos si estos sistemas se diseñan realmente pensando en el usuario no en añadirle complejidad innecesaria! Y, por último, un planteamiento clave: el usuario de estos sistemas tiene que tener, en última instancia, la opción de no pasar por el sistema y tener una alternativa menos "smart". Esto choca fuertemente con la tendencia a sustituir sistemas tradicionales de servicio -desde la atención al cliente hasta el pago de peajes en una autopista- por sistemas que optimizan la operación del proveedor pero hace soportar sobre el usuario las cargas del cambio en forma de diseños alejados de las necesidades reales del usuario.
Está ya aquí. Cómo configurarlo depende más de decisiones de diseño y de entender sus implicaciones sociales más que de soluciones técnicas concretas, precisamente porque en el detalle de estas soluciones es donde está os más crítico.
Más información:
Adam Greenfield on Everyware
Everyware
Designing for Everyware: An Interview with Adam Greenfield
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